12: Cuidador, Indicador y Coordinador

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El comedor de la academia era suficientemente grande para albergar cientos de comensales a la vez. La comida era austera y nutritiva, aunque tenía muy buen sazón y después de probar alimento, los llevaron al patio para asignarles sus tareas vespertinas.

Cada batallón tenía una por decreto, como dar mantenimiento a las armas, preparar el campo para los entrenamientos, ayudar en labores de cocina como abastecimiento y preparación de alimentos, e inclusive, apoyar a la construcción de nuevas edificaciones. El peor trabajo que había disponible se trataba de la limpieza de los baños, y como era de esperarse, les tocó a ellos. Era una bajeza, aún para el petulante Jankús.

No es que Evan degradara esa actividad ni nada por el estilo, de hecho, respetaba a la gente honesta que vivía de ello, pero siendo sincero, no le gustaba, y menos cuando aquella labor comenzaba justo después de comer. Sentía que se le revolvía el estómago cada cinco minutos.

Se pasaron toda la tarde lavando, tallando y puliendo los retretes para que quedaran relucientes e impecables, según las órdenes del cabo, y por la noche volvieron a sus dormitorios, cansados y oliendo a drenaje. Aún sus compañeros seguían sin dirigirle la palabra, salvo Jerzy. El cual para ese entonces, había cambiado sus pertenencias de la cama que ocupaba por una más cercana a la de Evan. No se le dificultó mucho encontrar espacio, pues casi todas las de su alrededor estaban vacías.

—Aún no deciden hablarme, Fósforo —le comentó a su nuevo amigo mientras se quitaba las botas. Jerzy permanecía de pie en el pasillo, viendo hacia la puerta.

—Ya te dije que debes convencerlos —Recargó su brazo en el poste de la litera—. Son jóvenes de baja autoestima, tardan más tiempo en recuperar la confianza y abrirse a nuevas amistades.

—Y a todo esto, ¿qué hacen ellos aquí? —Quiso saber Evan—. Es más, ¿Qué rayos haces tú en ésta academia? Sin ofender.

Jerzy se sentó frente a él en la cama contigua. Hizo una mueca afligida, y respiró hondo.

—Somos la deshonra de nuestras familias, la vergüenza de los padres, los deshechos sociales, más lo que le quieras agregar. La mayoría venimos de familias acomodadas, que esperaban mucho de nosotros y les otorgamos tan poco, que no cumplimos con las altas expectativas que nos generaron. Por eso nos enviaron hasta acá, para según ellos hacernos más fuertes, más hábiles, más audaces, no sé —suspiró—. La verdad no sabemos que esperan de nosotros. Nadie lo sabe.

Evan se quedó en silencio, observándolo con gesto comprensivo.

—En mi caso —continuó Jerzy—, mi padre me inscribió en ésta escuela para hacerme un hombre de bien. Él quería que me disciplinara y que dejara de ser un debilucho —Hizo un gesto con las manos, señalando su huesudo cuerpo.

—Pero ni siquiera les han cortado el pelo —observó Evan—. ¿Dónde está la disciplina?

—Aquí viene lo mejor —rio Fósforo con ironía—. Las familias pagan un montón de tributos para que nos admitan y eduquen al estilo militar, y sin embargo, nos dejan así tal cual ingresamos ¿sabes porqué? Porque así nos distinguimos de los demás, así pueden etiquetarnos como unos inútiles y de esa forma no nos mezclemos con los verdaderos atletas, de hecho, hasta nos tienen prohibido raparnos o vestirnos igual que los demás, salvo para el entrenamiento matutino.

—Es una porquería —protestó Evan—. Deberían quejarse con sus padres. Dices que pagan bastante para recibir una buena formación y mira cómo los marginan. Ya ves en qué clase de pocilga pasan la noche.

—Imposible, no hay forma de llamarlos. Desde antes de que nos acepten, nuestros padres firman un documento de confianza donde se especifica que dan autoridad a la academia de hacer lo que sea necesario para nuestra formación, y cómo eso es lo que buscan en primer lugar, lo firman sin pensárselo dos veces.

El milagro de EraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora