8: De regreso a Orublín

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La suite que le habían asignado era mucho mejor a como se la había imaginado. Contaba con todo tipo de lujos y modernidades, sabanas de tela poliana, bar con vinos añejos, baño de sales y un equipo de comunicación tan avanzado, que ni siquiera había visto uno semejante en su ciudad natal.

A pesar de la comodidad no pudo conciliar el sueño hasta avanzada la noche, pues los recuerdos amargos lo molestaron como piquetes de insectos en un día de campo. De todas formas, el tiempo que disponía para descansar era poco, ya que de un momento a otro pasarían por él para llevarlo a su casa.

Mientras aguardaba oprimió un botón del control que estaba cerca de la cama, haciendo que las cortinas de la pared desaparecieran y dejara entrar la luz matutina a plenitud, alumbrando la habitación y descubriendo un bello paisaje de la metrópoli a través de un enorme cristal. Contempló la urbe un rato por la ventana hasta que alguien tocó a la puerta; se trataba de un menudo hombre elegantemente vestido que empujaba una mesita repleta de comida que dejó en la habitación.

« Espero que no pida propina. » se dijo Evan para sus adentros. Estaba tentado a ofrecerle una porción de su atiborrada comida con tal que el del servicio no se fuera con las manos vacías, pero el hombre no hizo ademán de solicitarle nada y salió de la suite.

No esperó ni un instante para saciar su feroz apetito mientras escuchaba las noticias. Una voz neutra recitaba los acuerdos que llegaron en la última sesión, así como las medidas que se tomarían. Sabía de primera mano lo que había pasado en la junta, así que siguió engullendo sus alimentos sin prestar atención. Al cabo de un rato las noticias se volvieron aburridas, la mayoría hablaban sobre leyes y problemas ajenos a su interés, salvo una referente a los ataques aislados en las fronteras y del movimiento del ejército para resguardar las ciudades colindantes.

Una llamada de Malcom entró a la habitación, avisando que ya le esperaba en la planta baja para llevarlo de vuelta con su familia. Evan se alistó con las pocas cosas que tenía, se colgó la cadena que pertenecía a Amikar y tomó el elevador en el piso 124 para bajar al vestíbulo.

Aquello era un caos, por así decirlo. El vestíbulo estaba repleto de gente hablando todos a la vez. Encontrar a Malcom iba a ser difícil a simple vista, por lo que caminó entre la multitud con la esperanza de encontrarlo en el corredor.

Evan no tardó en enterarse que ahora, como en la noche anterior, era el centro de miradas desdeñosas por parte de algunas personas que lo señalaban cuando pasaba cerca de ellos. Los murmullos se expandían a su alrededor conforme avanzaba y se preguntó qué cosa estarían hablando a su espalda.

—¿Es él?

—Si. No voltees a verlo, dicen que es peligroso.

—Que va, si se ve inofensivo.

—Parece rudimentario, eso es lo que parece.

Evan percibió una mala vibra en el ambiente. Lo único que quería era salir de ahí de inmediato.

Entre tanta gente que lo rodeaba, pasó al lado de un grupo de jóvenes que, calculó, podrían ser de su misma edad. Algunos le daban la espalda, incluido un muchacho rubio que volteó cuando el muchacho se acercó lo suficiente para que pudiera oírlo. Tenía el rostro refinado y altanero, que hacía juego con sus prendas de última moda. Escudriñó a Evan de pies a cabeza y soltó una risita despectiva.

—¿Éste es el tipo que participó ayer en el Concejario? Sólo con verlo se da uno cuenta que es un mediocre. Creo que mis contactos se equivocaron.

—Si, es él —confirmó otro—. Ayer lo vi entrar con Malcom. Lo recuerdo bien.

—Pues alguien debería decirle a Malcom que no dejan entrar mascotas al edificio.

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