22: Fuego oscuro

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Evan se sintió mejor que nunca con su nueva virtualidad. Le animaba el hecho de sentirse cómodo y seguro conforme discurrían los entrenamientos, y su organismo se adaptaba con rapidez a las exigencias que implicaba el enorme sacrificio de controlar a fondo la energía. Ahora podía tantearla a placer, casi saborearla y expulsarla a objetos inanimados ubicados a buena distancia.

Su puntería también había mejorado bastante. Donde antes espantaba a las aves con sus azuladas ráfagas expulsadas sin rumbo fijo, hoy acertaba la mayoría de los blancos que Narvín colocaba en las inmediaciones del Templo. No recordaba haberse sentido tan orgulloso de sí mismo como aquél momento, impresionando cada vez más a su pequeño maestro, quien en aquella ocasión, lo había dejado sólo.

—Tengo un asunto urgente que resolver —le había dicho—. Hoy tendrás que prepararte tú mismo. Continúa con la rutina.

Y ahí estaba, en el mismo sitio donde había pasado las últimas mañanas. Un claro rodeado de árboles curveados que cercaban el perímetro de un verde pasto, simulando un cerco de roble que impedía la visibilidad hacia el exterior y viceversa. Bueno, eso era antes de destruir gran parte del lugar, como resultado de su duro entrenamiento. ¿Qué opinaría Jagui al ver que su preciado recinto se había transformado drásticamente en una zona de batalla? Sin duda, no le gustaría en lo absoluto.

Los troncos resquebrajados se volvieron parte esencial del escenario. Las ramas caídas se acumulaban cada vez más en las orillas, y las hojas sacudidas volaban a lo largo con cualquier viento que se colaba entre las hendiduras de la corteza. Decidió dejar en paz el Templo y salió en busca de otro sitio donde practicar.

No tardó mucho en hallar uno que le complaciera.

Sin darse cuenta sus pasos lo llevaron a un punto donde la presencia de los árboles prácticamente era inexistente, en espacio abierto, desprovisto de la flora habitual y de los sonidos propios del lugar. Era la única ocasión en la que había traspasado los límites del Bosque Elevado.

—Acá arriba estamos protegidos —le hubo dicho Narvín la primera ocasión que fueron allí—, pero en el Bosque Hundido habitan cosas peligrosas, incluso para nosotros. Jamás vayas a ese lugar. Está prohibido.

Evan echó un vistazo allá abajo, con la curiosidad que lo caracterizaba. Apreció otro bosque aún más amplio que el anterior, donde la zona boscosa se extendía hasta donde la vista le abarcara. Un largo declive separaba ambos bosques, simulando un anillo que rodeaba todo lo ancho, como una gruesa franja hecha de hierba y roca. Cualquier persona podía descender aquella pendiente sin problemas, pero el camino no representaba la dificultad, sino la amenaza que suponía el desobedecer.

—Bajo ningún motivo acudas más allá del Bosque Elevado —le advirtió Jagui desde el primer instante—. Si quieres conservar tu vida.

« ¿Qué puede pasar? »

Evan se lo pensó un poco y decidió quedarse ladera arriba para no tentar al destino. Se sumergió en su psique, avivando la llamarada azulada por enésima ocasión. Se había acostumbrado enseguida a aquella sensación placentera, sintiéndose protegido y especial cada vez que lo hacía.

Algo detuvo de pronto su ímpetu. A lo lejos, un objeto fugaz en el cielo captó su atención, desapareciendo al instante sin dejar rastros. Sólo pudo verlo de reojo, por lo que fue imposible distinguir de qué se trataba.

« Quizás fue mi imaginación. »

El muchacho retomó su entrenamiento e intentó encender su psique sin dejarse distraer por nada. Un leve cosquilleo le recorrió la espalda, indicando que los símbolos brillaban en todo su esplendor. El siguiente paso ya lo tenía dominado, y controlar la energía con las manos le requería un gran esfuerzo. Mantener su núcleo estático no era tarea fácil.

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