51: Los yelmos extravagantes

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Pasó lo que nadie pensó que ocurriría jamás, la silenciosa variable que desequilibraba la contienda acababa de revelarse. Un vasto ejército de armados guerreros enfundados en piel y cuero se aproximaba en el horizonte, acompañando a las recién llegadas tropas rebeldes. Harodur los distinguió por sus yelmos extravagantes.

Los shakales por fin habían roto sus votos de autoexilio para unirse a los rebeldes, tal como sucedió hace dos mil años. Sus pieles azuladas creaban un efecto óptico, como si un feroz maremoto se desplazara hacia ellos. Harodur desde ese instante, odió ese color.

—Imposible —musitaban algunos lekauros.

—¡Retirada¡ —gritaban otros humanos que peleaban a su lado.

Era evidente que la incertidumbre había invadido el temple de muchos de sus exploradores, sobre todo al ver que algunos escuadrones humanos se replegaban, vacilantes. Si Harodur no hacía algo para evitarlo, la Alianza se desmoronaría por completo.

—¡No es momento de rendirse¡ —les gritó—. Hasta el temor más profundo desaparece cuando se tiene el valor de confrontarlo. Hay que permanecer juntos hasta el final mis hermanos, porque es más sencillo desmoronar la arena que triturar la piedra. ¡Hasta el final¡

Y galopó desbocado a la salida del cañón, atestando punzadas a diestra y siniestra a los pocos gridwöls agazapados. Muchos imitaron su ejemplo y se reunieron en torno a él, cosa que ayudó a avivar su coraje e inyectar arrojo a los demás. El enemigo, por su parte, se volvió más osado al saber que los refuerzos venían en camino. El combate de pronto se intensificó como al inicio.

«Y se pondrá peor en breve.» Harodur apretó el gatillo de su arma de electroimpulso y no sucedió nada. Alzó su mirada a la cima de la elevada pendiente y reparó en que las cosas tampoco iban bien con los hawares. Los ornicones habían recuperado su dominio y continuaban bloqueando su arsenal.

—¡Quiero una muralla de lanzas en la entrada¡ —pidió el hanoruk a un grupo en particular—¡Intentaremos retenerlos lo máximo posible para darle tiempo a nuestros amigos de la jungla de extinguir los cuernos de los colosos¡

Un abundante escuadrón siguió las órdenes de su líder y colocaron sus lanzacuernos a todo lo largo del acceso, sin dejar espacio para que nadie pudiera pasar con comodidad; clavándolos en el terreno como escudos mortales. Otro grupo dirigido por Harodur les cuidaba las espaldas, luchando contra los cada vez más aguerridos rivales, quienes estaban rodeados por ambos lados y tenían que separarse en dos flancos para proteger a las principales Cabezas de Aromargo.

Los primeros refuerzos en arribar fueron los adictos al Gas Amargo Violeta, quienes justo antes de penetrar a la garganta del desfiladero, arrojaron en su camino los frascos de aquél narcótico vaporoso, cuyo efecto proporcionaba serenidad al momento de inhalarlos y aguantar el estrés de abandonar sus cuevas.

La muralla de lanzas dio resultado en un principio, empalando a los imprudentes espinosos que irrumpieron en la cruenta batalla, cabalgando sin miramientos y exponiendo a sus monturas a una trágica muerte. Lo que no esperaban sus jinetes era que al quedar sus bestias estampadas en aquella cerca puntiaguda, ellos salían disparados y caían encima de otras lanzas, agotando su último aliento.

En breves instantes, aquello se convirtió en una colina de animales y gridwöls encimados y aplastados por sus mismos compañeros que lograban adentrarse al cañón sin caer en aquella valla mortal. El encontronazo entre los cinco ejércitos se niveló desde ese entonces, tiñendo el piso de distintos colores sanguinolentos. Cuando el sexto ejército llegara, desequilibraría sin duda alguna la balanza a favor de los rebeldes.

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