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                                                                                  - Cuatro meses antes - DICIEMBRE 

JESSIE

 Llegaba el fin de semana, todo lo que cualquier persona querría, para desconectar de la rutina, para dedicar tiempo a la familia o amigos, para disfrutar, salir de fiesta o simplemente estar en casa viendo la televisión...

Todo el mundo quiere que llegue ese deseado fin de semana, todos excepto yo. Para mí era otra rutina más, ya que no tenía amigos con los que salir de fiesta o invitar a casa para ver pelis, porque todo mi espacio de fin de semana, casi esas 48 horas tan deseadas por todos para poder hacer lo que fuera, para mí se había convertido en un suplicio, en un bucle del que no podía salir y seguía dando vueltas convenciéndome que tenía solución, que algo se podía salvar, que lo podría ayudar y nos ayudaríamos juntos, porque todo tiene solución si uno quiere encontrarla.

En mi caso yo quería poder encontrar esa solución para salvar todo lo que tenía, todo lo que había considerado importante en esta vida pero no acabaría como yo imaginé. Me acabaría hundiendo más y más en las sombras convenciéndome que algún día él no me haría daño, pero seguía igual, nunca iba a cambiar y menos por mí, porque yo no le importaba nada.

Seguía dándole vueltas en la cabeza, queriendo encontrar una salida, cuando me sorprendió los frenos del bus y por poco choco con el asiento de adelante; me viene de repente un lapsus de cuando mi madre me decía que me colocara siempre en la parte delantera del bus, donde estuviera más segura ya que atrás siempre tiende el bus a dar más saltos, y efectivamente las madres tienen razón. Quedaba una media hora para llegar a mi destino de cada fin de semana, eran las 11:00 horas de la mañana y ya estaba pensando que acabara el día pronto. Seguía en mi ciudad viendo cómo circulaban los coches con gran rapidez por la avenida, todos tienen prisas por llegar a su destino, hasta el conductor parecía que quería llegar lo antes posible para acabar su turno de mañana y descansar esa tarde de Sábado, por el contrario yo solo quería desconectar y seguir escuchando mi ipod donde " Bullet for my Valentine "me ayudaba a desconectar del mundo.

Llegamos a la autovía con dirección al pueblucho muerto que no ayudaba tampoco en nada, ya que cada vez que salía nunca había nadie y tampoco tenía amigos allí con los que poder quedar y pasar un buen rato, resignando a estar encerrada en esa casa otro fin de semana más o ir al centro comercial que era el único sitio donde por lo menos había algo de vida.

Miré el reloj y eran las 11:20, ya quedaba menos, solo dos paradas para llegar a mi destino, deseando que hoy fuera diferente, que no hubiera otra pelea donde acabaría siendo la mala, como siempre. Apague el ipod, lo metí en el bolso y me bajé una parada antes de llegar a la casa.

Caminé un poco y subí una calle en cuesta hasta que encontré una plazoleta discreta donde me senté y miré a mí alrededor. No había nadie conocido o por lo menos nadie que lo conociera a él en la plazoleta del pueblucho muerto, ningún vecino a la vista, entonces abrí el bolso y localicé el estuche donde estaba mi mechero y la caja de cigarros. Cogí uno, me lo encendí y me daba mi tiempo tranquilamente ante lo que se me venía encima.

Cabe decir que yo antes no fumaba, era una chica sana, un poco gordita, pero sana, no me gustaba hacer deporte pero intentaba no coger más kilos de lo necesario, pero ante tal situación y estrés que llevaba queriendo que mi vida cambiara, que no me absorbiera la rutina, el cigarro era lo único que me aliviaba por esos momentos. Terminé el cigarro y lo apague con el zapato, pero antes de levantarme del asiento de la plazoleta y dirigirme a la casa, busqué por última vez en mi bolso una bolsa con caramelos, localicé uno de menta y me lo metí en la boca esperando que se fuera el olor del cigarro.

Me levanté y seguí caminando cinco minutos aproximadamente hasta que pasé el supermercado de siempre, donde me gastaba todos mis ahorros de fin de semana, ya que todo me lo acababa pagando yo.

Seguí caminando hasta que doble la esquina y llegué al portal, llamé al telefonillo, esperando impacientemente hasta que se escucho el abrir de la puerta y entré dirigiéndome al ascensor. Pulsé el piso 3 y el ascensor subió, tan rápido que me pareció un segundo. Inmediatamente salí encontrándome de cara a un vecino de la planta; lo salude con un – hola – seco y casi sin mirar y él respondió de la misma manera. En estos casos no hay que ser tampoco un malaje y siempre es bueno como dice mi madre dar los buenos días esperando que la otra persona te los desee también.

Llamé al timbre una sola vez e inmediatamente me abrió la puerta la dueña de la casa. Le di los buenos días y me dirigí al salón a soltar el bolso para ponerme más cómoda.

La dueña de la casa se llamaba Antonela, vivía separada de su ex – marido, en un piso sencillo y acogedor, con dos habitaciones, cocina, cuarto de baño, salón con acceso a una gran terraza que daba a la calle del pueblucho muerto, y una terraza en la habitación de ella con las mismas características. Ella es una amante de los animales, tanto que tiene un perro de color oscuro, pájaros, cobayas y un gran conejo de pelo corto blanco. Nunca se cansa de ellos, y si fuera millonaria tendría un zoológico.

Me dirijo hacia la cocina para charlar con ella, ya que es temprano, apenas las 11:45 horas de la mañana, y la veo como siempre cocinando el almuerzo, le pregunto si quiere que la ayude en algo y ella me dice que no, así que me siento en un taburete de la cocina esperando y esperando a ver si surge alguna conversación pero solo hay silencio incomodo y el sonido del cuchillo cortando lechuga y tomates.

¿Sigue durmiendo? – le pregunto de repente a lo que ella me responde que sí.

Venga, ve despertándolo, que dentro de un rato empezaremos a almorzar - me responde casi de inmediato.

Me levanto de repente pareciendo como si mis pies andarán solos y mi cabeza fuera por otra parte, pensando si puede que me lo haya dicho para quitarme de en medio, quizás soy un estorbo en la cocina o se siente cohibida conmigo cerca, y como siempre acabo pensando mal de todo el mundo y me auto convenzo que son imaginaciones mías, que es imposible que sea tan mala persona.

Mis piernas siguen andando hacía la habitación de él y como cada fin de semana me toca despertar a la marmota viviente que se encuentra al otro lado de la puerta. Entro en la habitación que está totalmente a oscuras dirigiéndome primeramente hacia la ventana, y de un tirón subo la persiana rápidamente esperando que así se levante más rápido, pero no consigo nada de nada, solamente escucho un ruido de marmota, miro hacia la cama y veo cómo se tapa todo entero con el edredón. Pongo cara de malaje y paso a mi segunda táctica.

Me siento en el borde inferior de la cama dirigiéndome hacìa la parte donde el edredón ya no queda remetido y voy cuidadosamente buscando los pies, los cojo rápido y pongo los dedos míos en posición para tocar la percusión, pero se da cuenta de lo que voy a hacer y antes de poder hacerle cosquillas se escabullen entre mis brazos hacia el interior del edredón, pero esta vez se coloca rápidamente en posición fetal y ya no consigo localizar otra vez los pies porque los ha subido.

Resignada ante el fracaso paso a mi tercera táctica y definitiva, buscando desesperadamente el arma a usar, lo localizo a los pies de su cama, cojo el cojín con fuerza y me pongo en posición frente al bulto que hace su cabeza que está entre las sábanas; cuento hasta tres para mí y le voy una y otra vez con el cojín lo más fuerte que puedo, hasta que por fin sale de entre las sábanas como un animal listo para atacar, entonces es cuando paro y lo miro con cara de sorpresa ante su mirada de rabia.

Hacia mi luz Donde viven las historias. Descúbrelo ahora