III

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Aunque los grilletes sean de oro, siguen siendo grilletes, y ni el forro más
fino logrará jamás conferirles una sensación tan etérea como la libertad.




Puesto que era el día de descanso de los criados, en la rectoría reinaba el más absoluto silencio y la cocina permanecía vacía en las horas previas al amanecer. Lucy se hallaba de pie junto a los fogones, calentando brandy rebajado con agua, encantada con la soledad de esa mañana de primavera mientras preparaba el licor para que su padre hiciera gárgaras para suavizar la garganta.

Pasó el dedo con cuidado por encima de la superficie cristalina del brebaje. Perfecto. Ya estaba suficientemente templado. Se giró hacia la mesa y vertió el brandy caliente sobre los clavos, la salvia silvestre, y las ramitas de romero que había desmenuzado en el fondo de un cuenco de porcelana.

Un agudo aroma festivo de hierbas empezó a esparcirse por la cocina, despertando recuerdos de vino y cerveza macerados... y de los festines servidos en los bailes de disfraces que organizaban los miembros de la rica nobleza.

Lucy se dejó caer sobre una silla y cruzó los brazos por debajo de su pecho. ¡Oh! ¿Por qué no podía borrar esa maldita noche de su mente? ¡Habían transcurrido dos meses desde la fiesta, por el amor de Dios! Su período de luto había terminado, y la habían invitado a varias cenas y fiestas desde entonces. Un joven o dos se habían mostrado atraídos por ella. A esas alturas debería de haber olvidado el incidente por completo.

Seguramente lord Dragneel la había apartado de su mente a la mañana siguiente. A pesar de que ella había deseado absurdamente que él pasara a visitarla en los días posteriores, no había mostrado ninguna clase de interés por ella.

¡Por supuesto que no! Ya le dejó claro que el suceso no había significado nada para él. Incluso se había deshecho de ella tan pronto como pudo, como si se tratara de un monstruo desagradable. Obviamente, se había sentido asqueado por su falta de experiencia. Ella era la única estúpida capaz de seguir soñando con esos besos y saborear la memoria de esa boca devorando la suya, de esas manos invitándola a tumbarse en el asiento del carruaje...

¡Maldita imaginación! ¿Por qué se atormentaba tanto con unos recuerdos tan comprometedores?
Porque había sido su primer beso. Lucy se sonrojó. No, no sólo su primer beso, sino también el segundo y el tercero.

¿Cuántos más habría recibido si él no se hubiera detenido?

Había estado dispuesta a permitir que él arruinara su honra, ¡Justo en ese instante y en ese carruaje! Ese tipo sabía cómo hacer que los primeros besos a una mujer supusieran una experiencia memorable.

Maldito sea por eso. Hasta entonces, ella siempre se había sentido bastante satisfecha con su vida, una procesión ordenada de pequeños cuidados, deberes no muy complicados, y amistades informales. Iba a misa cada domingo, y por las mañanas se dedicaba a visitar a los vecinos y a cuidarse de las tareas de la casa
¿Qué importaba si alguna vez sentía cierta insatisfacción por su vida cuadriculada? ¿Si a veces encontraba insoportable su tediosa rutina? Su vida era mucho mejor que la de otra mucha gente, y la habían educado para que diera rada día gracias a Dios por ello.

Pero entonces apareció lord Dragneel —Natsu— en su mundo plácido y trastornó su superficie inalterable y la obligó a ser consciente de lo que se estaba perdiendo. Ella no se había imaginado que un hombre pudiera hacer que el corazón de una mujer estallara en mil pedazos de cristal, unos pedazos compuestos por una extraña alegría dolorosa, o infligiera en ese corazón un dolor tan intenso que fuera tan parecido al sentimiento de placer.

My LordDonde viven las historias. Descúbrelo ahora