XI

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Comportarse como un verdadero amigo requiere unos sentimientos más profundos que llenar con crédito y complacencia cualquier otra faceta o capacidad en la vida social.

PICTURES OF PRIVATE LIFE SARA ELLIS,
Misionera y escritora inglesa





Ophelia miró a Jellal perpleja mientras se incorporaba del banco donde se hallaba sentada.

—¿Qué quiere decir, con que no los encuentra? ¡En alguna parte deben de estar!

El vizconde parecía compartir su inquietud.

—He buscado por todas las salas y ni rastro de ellos. —Le tendió el echarpe entretejido con hilo de seda—. Afortunadamente he encontrado su echarpe. Estaba dos salas más allá.

Por supuesto que estaba allí, donde la condesa lo había dejado expresamente. ¿Pero dónde se había metido esa muchacha? ¡Maldito sea Dragneel! Ese canalla... Tendría que haber imaginado lo que sucedería, especialmente después de ayer. Y ahora la carcomía el remordimiento.

Era ella quien esta vez había metido a Lucy en ese problema.

—Cuando pille a ese tunante... —murmuró lady Dundee al tiempo que se precipitaba hacia la salida de la sala.

Jellal la siguió con porte apesadumbrado.

—Primero déjemelo a mí. Se lo juro, no tenía ni idea de que estuviera tramando algo así. Natsu no suele comportarse de un modo irresponsable; incluso muchos afirman que a veces peca de ser demasiado pragmático. Pero está obsesionado con esa absurda idea de que su hija es...

Cuando Jellal se calló, ella se detuvo y lo agarró por el brazo. —¿Qué absurda idea?

Jellal se pasó la mano por el cabello, incómodo.

—Nada, una tontería.

—¡A ver! ¡Dígame qué pretende Dragneel de mi hija!

—De verdad, es una ridiculez, sólo es que...

—Hola, mamá —saludó una voz animada a sus espaldas—. Me temo que no hemos encontrado tu echarpe. Lo hemos estado buscando por todas partes.

Ophelia se dio la vuelta y vio a Lucy y a lord Dragneel que se acercaban, separados uno del otro unos cuantos pasos. A pesar de que la muchacha estaba sonriendo, su sonrisa era manifiestamente falsa. Llevaba el sombrerito torcido y la cara sofocada. Y Dragneel lucía un semblante tan fiero como el de las tallas de los soldados que la condesa acababa de admirar.

Había sucedido algo, algo grave. Una inmanente tensión se desprendía de ellos, tan potente como un rayo exterminador.

—¿Pero se puede saber dónde os habíais metido vosotros dos? —inquirió Ophelia, fulminando con una mirada amenazadora a Dragneel.

El pelirrosa le regaló una mirada insolente y la condesa estuvo a punto de perder la paciencia y reprenderlo sin miramientos allí mismo.

Fue Lucy quien respondió, con unas palabras que se escaparon a borbotones por su boca.

—Siento tanto que te hayas preocupado, mamá... Al ver que no encontrábamos el echarpe, nos pusimos a preguntar a los vigilantes, pero ellos tampoco lo habían visto, así que volvimos al carruaje a ver si te lo habías dejado allí. ¿No es cierto, lord Dragneel?

My LordDonde viven las historias. Descúbrelo ahora