III (3)

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—¡Bobadas! —Lord Loxar había permanecido en silencio durante todo el rato que duró el estallido emocional de Lucy, pero ahora irrumpió con rabia—. Déjanos, Ophelia. Quiero hablar con la señorita Heartfilia a solas.

—Si no quiere colaborar... —empezó a decir lady Dundee.

—¡Déjanos, Ophelia!—bramó él, consiguiendo que incluso su formidable hermana diera un respingo.

La elegante falda volteó graciosamente cuando la dama se incorporó del sofá.

—Está bien, pero no te ensañes con la muchacha, Randolph, porque te aseguro que yo también sé sacar mi mal carácter —Lanzó a Lucy una mirada penetrante—. Aunque no esté de acuerdo con sus motivos para rechazar su intervención, los respeto. Además, no nos servirá de nada si ella colabora a la fuerza y no por voluntad propia.

—No colaborará a la fuerza, te lo aseguro —dijo lord Loxar en voz baja mientras su hermana abandonaba la sala— ¿A que no, señorita Heartfilia?

Lucy notó cómo el corazón se le constreñía cuando la puerta de la salita se cerró detrás de la dama. Sabía lo que iba a suceder a continuación.

—Por favor, milord, intente comprender mi posición...

—¡Silencio! —El marqués introdujo la mano en el bolsillo del chaleco finamente bordado y extrajo un objeto que mantuvo oculto dentro de su puño cerrado—. No creía que fueras capaz de darme ese desplante, después de todo lo que he hecho por ayudar a tu padre; me da la impresión de que no eres consciente de ello, pero tu familia está en deuda conmigo desde el día en que naciste. A pesar de todo, te obcecas en ignorar tus obligaciones. Pues escúchame bien, jovencita: ¡no lo permitiré!

Extendió el brazo y abrió la mano para mostrarle un diminuto frasco que contenía unas gotitas de un fluido. Lucy sabía perfectamente qué era: láudano. El resto del láudano que había preparado para su madre, para ayudarla a soportar el dolor de su incurable enfermedad.

El mismo láudano que la había matado.

Cuando el marqués tuvo la certeza de que ella había reconocido el frasco, volvió a guardárselo en el bolsillo del chaleco y después esbozó una sonrisa desabrida.

—Ya veo que empezamos a entendernos. Hasta ahora había considerado que era más conveniente dejar que todo el mundo creyera que tu madre había fallecido a causa de la enfermedad. Después de todo, no me habría reportado ninguna satisfacción tener que reconocer públicamente que la esposa de mi querido rector se había suicidado. El escándalo habría sido imparable.

—No tengo la absoluta certeza de que mi madre se quitara la vida —protestó Lucy, aunque lo cierto era que lo sabía.

Aquella horrible mañana, cuando encontró a su madre muerta y la botella de láudano vacía en el suelo al lado de la cama, Lucy estaba sola. Lamentablemente, justo cuando acababa de descubrir el cuerpo sin vida de su madre, se presentó lord Loxar para hablar con su padre. El marqués vio la escena y rápidamente dedujo lo que había sucedido.

En esos momentos de desazón, a Lucy no se le ocurrió otra cosa que pedirle consejo al marqués. Le hubiera gustado confesárselo todo a su padre, pero lord Loxar insistió en que debía mantener el silencio. Alegó que si el rector se enteraba de cómo había muerto su esposa en realidad, quedaría herido emocionalmente para siempre, y tampoco podían olvidarse de lo que sucedería cuando el resto de los aldeanos supieran la verdad.

¡La esposa de un rector cometiendo el más terrible pecado contra Dios! Se convertiría en un escándalo de unas dimensiones insospechadas, y arruinaría la carrera de su padre para siempre. Así que Lucy aceptó contar a todo el mundo que su madre había fallecido a causa de su enfermedad. Nadie, ni tan sólo su padre, tenía que saber lo del láudano.

My LordDonde viven las historias. Descúbrelo ahora