Ojos hechiceros, que amansan las aguas de los ríos, Vino, no agua, es lo que amansa al amante:
En la mesa esos ojos brillan,
Turbados, y ardientes de deseo.«¡No es posible que tenga tan mala suerte!», pensó Lucy mientras Natsu la hacía danzar incansablemente entre la concurrencia de damas y caballeros vestidos de forma tan elegante. ¡Se suponía que él no tenía que asistir a ese baile! ¡Ni que tampoco tenía que reconocerla! ¡Ni bailar un vals con ella! No, definitivamente las cosas no pintaban nada bien.
Lucy tendría que haber protestado más enérgicamente cuando él le solicitó —no, no le solicitó sino que le ordenó— que bailara con él. La repentina retirada de lord Fernández la había confundido. ¿Era aceptable que un hombre entregara a otro hombre la mujer con la que pretendía bailar? Le daba la impresión que no. Sin embargo, ¡quién sabía cómo funcionaban las reglas cuando se trataba de hombres como el conde de Dragneel y el vizconde de Saint Clair!
Peor todavía, Natsu era un bailarín fabuloso. En sus sesiones de práctica con el aborrecible lord Loxar, Lucy tropezaba con sus propios pies constantemente. El marqués la regañaba sin parar, y ella aceptaba las culpas sin rechistar, pero ahora se lamentaba de no haberse rebelado. Con Natsu, giraba con la gracia de un cisne. De algún modo que ella no acertaba a comprender, él conseguía que sus pies se sintieran tan ligeros que hasta los pasos del vals parecían tan fáciles y naturales como el mero acto de caminar. Lucy se olvidó de contar los pasos, y no perdió el ritmo ni una sola vez.
Maldito sea él por eso, y por estrecharla de un modo tan íntimo. Si la arrimaba más a su cuerpo, la dejaría en evidencia delante de todos. De momento, ya estaba lo suficientemente cerca de él como para fijarse en su mandíbula perfectamente afeitada y en el blasón de la familia Dragneel que descollaba en la aguja de oro de su corbata, y también para sentir el roce de sus muslos cada vez que daban una vuelta al son de la música.
Como de costumbre, él ofrecía un aspecto apuesto y muy varonil. No iba ataviado con esos horrorosos pantalones ceñidos de satén tan de moda entre los jóvenes de la alta sociedad, oh, no, esa prenda no encajaba con el conde de Dragneel. Él lucía un costoso traje de lana de cachemira, y su entallado chaleco gris y su corbata beis destacaban más en su simplicidad que cualquiera de los extravagantes chalecos de vivos colores que llevaban los otros hombres en la sala.
¿Era consciente de cómo le afectaba a ella bailar con él? Por supuesto que sí. Deslizaba una de sus formidables manos por su cintura con una vergonzosa familiaridad, y con la otra apresaba la suya obsesivamente, recordándole la noche que habían pasado en el carruaje. Ahora comprendía por qué su padre consideraba que el vals era un baile demasiado escandaloso para la gente decente. Ninguna mujer con un mínimo sentido de la decencia aceptaría gustosamente exponerse a estar tan próxima a un conde tan atractivo y tan viril.
Especialmente después de que él la hubiera besado de una forma tan embelesadora. Los recuerdos afloraban en su mente sin conferirle tregua; se acordaba de cómo le había acariciado el pelo... de su aliento cálido sobre la piel... de su boca besándola en las mejillas y en el cuello, con esos besos tan seductores y excitantes.
¡Por todos los santos, ahora se estaba poniendo colorada!«Dios mío, por favor, no permitas que él se dé cuenta de mi azoramiento.»
Lucy podría haber implorado a la luna con el mismo resultado vano. Cuando se aventuró a mirar a Natsu de reojo, lo vio contemplando descaradamente el color encendido de sus mejillas. Los oscuros ojos del conde parecían no perderse ni un solo detalle. ¡Qué vergüenza!
—Me resulta encantador hacer que te sonrojes, Lucy —susurró él con un tono burlón.
—¿Lucy? ¿Por qué insiste en pensar que yo soy esa persona?
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My Lord
FanfictionLucy es una chica de la baja aristocracia, hija de un rector que gracias a la culpa de una amiga llega a tener problemas, conociendo así a un Lord que cambiara su vida, pura y sana...