Una extremada atención al decoro paraliza la consecución de la virtud.Londres, mayo de 1819
Lucy se arropó con la capa de piel para proteger su cuerpo tembloroso. Al otro lado de la ventana helada del carruaje de los Loxar, las calles de Londres emergían brillantes bajo la trémula luz de la neblina primaveral.
De niña había visitado la gran ciudad sólo una vez con sus padres, y de ese viaje rememoraba unas vagas imágenes de torres rematadas con pináculos y, por otro lado, unas deliciosas tartas de mermelada.
Esa semana, sin embargo, Londres le había dejado una impresión más distintiva: jóvenes damas titubeantes junto con sus jactanciosas mamás en una sucesión de sombrererías y tiendas de costura; interminables viajes agotadores en el carruaje, a través de calles anegadas de barro y abarrotadas de gente y, en cada lugar, la ardua labor de fingir que era la hija de lady Dundee recién llegada de Escocia.
¿Por qué siempre había pensado que Willow Crossing era un lugar tedioso y falto de inspiración? Cómo echaba de menos la pálida capa áurea que el sol matutino extendía sobre su jardín, el mosaico de mil y un colores de los prados en flor, los apacibles paseos por el campo. ¡Qué daría por poder echar una ojeada a su hogar, su dulce hogar!
Con el porte visiblemente desanimado, trazó un círculo en la escarcha de la ventana para contemplar las fastuosas casas que se alineaban en la calle. ¿Qué era ella? Una forastera, un ser ajeno a ese lugar. No importaba cómo la presentara lady Dundee; jamás formaría parte de ese mundo.
La luna gentil y remisible estaba ausente esa noche. Sólo el resplandor débil de las farolas de aceite iluminaba los objetos cotidianos, transformándolos en sombras monstruosas, lo cual únicamente ayudaba a hundirle más el ánimo. Lucy soltó un suspiro de abatimiento.
—¿Estás nerviosa? —inquirió lady Dundee a su lado.
—Un poco.
—No tienes nada que temer, hijita. Después de ayer por la noche, lo peor ya ha pasado. Bordaste la presentación en la corte con una acertadísima proporción de modestia. Te aseguro que no me habría sentido más orgullosa si realmente hubieras sido mi hija.
El halago alentó a Lucy. Al principio quería odiar a lady Dundee, pero pronto descubrió que eso le era imposible. A pesar de que la condesa decía cosas escandalosas, era una señora afable y efusiva; la compañera ideal. No se parecía en nada a su hermano.
Afortunadamente, lord Loxar prácticamente jamás salía con ellas. Su hermana había decidido que lo más prudente era que él se mantuviera alejado del mundo la mayor parte del tiempo posible, especialmente porque, supuestamente, él y «lady Lucía» no se llevaban bien.
—Mi puesta de largo ayer por la noche en la corte no resultó nada engorrosa. Usted me indicaba cuándo tenía que hablar, cuándo tenía que entregar mi carné de baile al siguiente lord en la lista, cuándo debía ser cortés, y cuándo debía mostrarme reticente —argumentó Lucy—. Incluso la simple hija de un rector puede comportarse con el decoro esperado sin ningún problema. Pero esta noche no todo será tan fácil; habrá más posibilidades de cometer errores.
Lady Dundee sacudió los guantes con aire intransigente.
—Bobadas. Te he estado observando, hijita. Posees la gracia natural y la confianza innata de una muchacha que ha recibido una buena educación, a diferencia de esas niñatas irreverentes que fingen ser gentiles porque sus padres son unos mercaderes que tienen suficiente riqueza como para poder mantener dos carruajes. A ti te educaron con los preceptos morales fundamentales para comportarte civilizadamente.

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My Lord
FanfictionLucy es una chica de la baja aristocracia, hija de un rector que gracias a la culpa de una amiga llega a tener problemas, conociendo así a un Lord que cambiara su vida, pura y sana...