XIV

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El carruaje aminoró la marcha hasta detenerse por completo, y los sonidos de los caballos y de unas voces estridentes las tomaron por sorpresa. Lady Dundee asomó la cabeza por la ventanilla.

—Oh, hijita, parece que el baile en casa de la señora Crampton está muy animado. Fíjate en todos esos carruajes que bloquean la carretera. Me temo que tendremos que realizar la última parte del trayecto a pie.

Desde donde estaban casi se podía ver la casa de la familia Loxar, así que el paseo no resultaría penoso, especialmente porque contaban con la ayuda de los lacayos que las ayudarían a sortear los puntos más concurridos. De hecho Lucy se sintió aliviada de poder respirar aire fresco. Oh, cómo le habría gustado que fuera el aire impoluto de Willow Crossing, y no la atmósfera cargada y contaminada de Londres. Necesitaba aclarar las ideas, planear alguna solución viable.

Las dos damas emprendieron el camino a través de los equinos y de los carruajes, intentando no ensuciarse los vestidos.

—Oh, hijita, creo que tenemos para rato —se lamentó lady Dundee mientras un cochero gritaba a uno de sus amigos—. No conseguiremos dormir con todo este jolgorio. Qué pena. Te iría muy bien descansar para estar bien fresca mañana por la mañana, cuando lord Dragneel venga a buscarte. —Miró a Lucy de soslayo—. No sé si eres consciente de ello, pero él sólo te atormenta porque está enamorado de ti.

—¿Enamorado de mí? —estalló Lucy sin poder contener la furia—. ¡Y yo que la había tomado por una mujer inteligente! Es obvio que se equivocaba, que lo que interpretaba como sabiduría no es más que una señal de locura.

—A veces la locura y la sabiduría convergen; la locura puede ser un síntoma de sabiduría. Aquellos que saben la verdad no siempre están dispuestos a aceptarla. — Sonrió y bajó la voz para que el lacayo que caminaba a su lado no la oyera—. Pero en este caso, no soy ni sabia ni loca; lo único que digo es lo que cualquier mujer a mi edad sabe: los hombres son unas criaturas peculiares muy diferentes a nosotras, hija mía. Por más que anhelen algo con todas sus fuerzas, no les gusta admitirlo. Ningún hombre acepta que necesita a una mujer. Pero puesto que sí que nos necesitan, y para algo más que para un simple revolcón, su único recurso es acosarnos hasta marearnos, proclamando en todo momento que sólo pretenden saciar sus deseos carnales.

—Pues es verdad. Lord Dragneel sólo quiere saciar sus deseos carnales — susurró Lucy—. A veces es como si estuviera enfadado conmigo porque me desea y no puede tenerme.

—Estoy segura de que eso es parte del problema, si bien sospecho que aunque estuvieras dispuesta a acostarte con él para darle lo que realmente busca, Dragneel continuaría sintiéndose insatisfecho.

Lucy se sonrojó ante la franqueza de la condesa. Lady Dundee se equivocaba. Natsu sólo quería una cosa de Lucy. Si se lo daba, él se marcharía sin mirar atrás y la abandonaría.

Desanimada, intentó erguir la espalda para no perder la compostura. ¡Eso sería exactamente lo que él haría! ¡Abandonarla!

Natsu le aseguraba que estaba preocupado por ella, pero ella sabía que él sólo quería descubrir la verdad porque estaba celoso. Y sus celos derivaban de la imposibilidad de poder saciar sus deseos. Él ansiaba acostarse con ella, pero se reprimiría si eso significaba tener que acabar casándose con ella.

Así que... ¿Y si le ofrecía lo que él quería, dejándole claro que no esperaba nada a cambio? Quizá, después de que Natsu saciara su sed, abandonaría esa absurda obsesión de querer saberlo todo. Entonces su interés por ella menguaría y, con ello, su interés por esa maldita farsa.

—Lucy, ¿has oído lo que te he dicho? —insistió lady Dundee.

Sintiéndose presa de un repentino pánico de que la condesa pudiera averiguar la posible salida indecorosa que fraguaba, bajó la vista y la fijó en la calle empedrada, fingiendo prestar atención a sus propios pasos en la oscuridad para no tropezar.

My LordDonde viven las historias. Descúbrelo ahora