VI

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Estas patochadas son muy propias de los hombres.
Pues todos creen que son el ombligo del mundo.



Una hora más tarde, Lucy todavía no podía decidir qué era lo que más la incomodaba: si el hecho de haber engañado a Natsu dándole precisamente lo que quería —un interludio lujurioso con una mujer con experiencia— o el hecho de que le hubiera resultado tan fácil hacerse pasar por una idiota.

¿Qué clase de persona taimada podría hacer algo así, mentirle a un hombre y tomarle el pelo de una forma tan... tan escandalosa?

—Está muy silenciosa, lady Lucía —dijo una voz a su lado—. ¿Acaso se aburre? Ella miró a Eucliffe y, tal y como había estado haciendo toda la noche, dijo lo que pensaba que diría lady
Lucía.

—¡Por supuesto que me aburro! Esta ciudad es demasiado tranquila. En Escocia, las fiestas duran hasta el amanecer, y sin embargo este baile parece que ya llega a su fin. Me siento terriblemente defraudada.

Los dos gallitos que flanqueaban al señor Eucliffe se rieron a mandíbula batiente. Él la miró con aire burlón; sus ojos brillaban más de la cuenta a causa de la gran cantidad de ponche que había ingerido.

—Sí, y los muchachos escoceses son unos bárbaros, ¿no? Paseándose por ahí sin nada debajo del kilt. Supongo que cuando bailan resultan... ciertamente atractivos para una joven dama, ¿no?

El comentario era decididamente de mal gusto para una muchacha tan joven como ella, y Eucliffe probablemente era consciente de ello. En lugar de amonestarlo con la debida reprimenda, Lucy se contuvo y se limitó a propinarle unos golpecitos con el abanico cerrado.

—Ya veo que entiende lo que digo. Ustedes los ingleses deberían llevar un kilt de vez en cuando. Ciertamente alegraría estas veladas tan tediosas.

Los tres hombres rieron estrepitosamente, y Sting el que más. A continuación, se inclinó hacia ella y bajó la voz.

—Diga el lugar y la hora, lady Lucía, y estaré encantado de lucir un kilt para usted.

Ella ignoró la desagradable implicación que se ocultaba decididamente detrás del comentario.

—Jamás soñaría con verlo ataviado con un kilt, cuando luce una vestimenta tan espléndida.

Su halago pareció complacerlo enormemente, lo cual no sorprendió a Lucy en absoluto. El Eucluffe, aunque rubio y apuesto y con cara de niño travieso, era lo que lady Dundee seguramente definiría como un dandi. Su pelo estaba planchado con tanto esmero que ni un solo mechón se atrevía a moverse de su sitio, y a juzgar por el modo tan poco natural en que se movía, Lucy supuso que la camisa que llevaba puesta estaba demasiado almidonada. Pensó en la posibilidad de sugerirle un ungüento revitalizador, aunque dudaba que ese sujeto supiera apreciarlo. Además, lady Lucía seguramente no sabría nada sobre tales cuestiones, ¿no?

—Me pregunto qué opinará su madre sobre el interés que profesa por las faldas escocesas —murmuró el rubio.

—Oh, mi madre no me entiende en absoluto —terció ella con un tono conspirador—. Estos días se deja guiar por mi tío Randolph, que no es más que un viejo cascarrabias amargado.

Su padre sufriría un ataque de nervios si la oyera utilizar esa clase de jerga, pero en secreto Lucy se estaba divirtiendo como una enana escandalizando a ese hatajo de nobles pomposos, especialmente porque sabía que jamás tendría que asumir las consecuencias de su comportamiento ultrajante.

My LordDonde viven las historias. Descúbrelo ahora