IX

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Nuestros adversarios suelen malinterpretar nuestra rapidez mental, una quimera sin sustancia, y nombrar su propia lentitud con falaces nombres de juicio y solidez...

AN ESSAY IN DEFENSE OF THE FEMALE SEX MARY ASTEEL,

El tono de la nota que Lucy recibió el día después del almuerzo en casa de lady Risley era formal. El significado que se ocultaba detrás de esas palabras, sin embargo, no lo era.

Por cuarta vez desde que el día anterior por la mañana hubiera llegado esa nota, Lucy releyó las palabras garabateadas en el dorso de una hoja con el blasón de lord Fernández impreso, intentando leer entre líneas.

Querida lady Lucía:
Para mí sería un verdadero honor si aceptara acompañarme al Museo Británico mañana, donde acaban de inaugurar una muestra con varios mármoles de lord Freed. Supongo que disfrutará con la citada exposición. Pasaré a recogerla a las once de la mañana, si acepta mi invitación.
Su amigo,

JELLAL, VIZCONDE DE SAINT CLAIR

Lucy había enviado una nota aceptando la invitación inmediatamente, por supuesto. No pensaba dejar escapar esa oportunidad. Sin embargo, la invitación la intrigaba, proviniendo de un hombre que proclamaba estar más interesado en su prima que en ella. Dobló la nota y se la guardó en el bolso de mano, luego avanzó hasta lady Dundee, que la aguardaba en el vestíbulo. La condesa estaba ocupada eligiendo una capa entre varias que Jet, el mayordomo, mantenía entre los brazos para ella.

—Quizá lord Fernández sólo esté interesado en salir a dar una vuelta conmigo, para que nos conozcamos mejor —comentó Lucy.

Lady Dundee alzó ambas cejas.

—Sí, y quizá las hadas realmente existen. Jellal intenta algo más que salir a dar una vuelta inocente contigo, te lo aseguro.

—Por supuesto que sí. —Lord Loxar las había estado observando desde la silla que ocupaba detrás de la mesita del vestíbulo, enfocando a una y a otra con los anteojos mientras éstas departían animadamente. Ahora escudriñaba a Jet.

—Lady Dundee puede ponerse la capa sola. Ya te llamaré si necesitamos tu ayuda.

Se mantuvieron en silencio mientras Jet se marchaba del vestíbulo. Los criados no sabían nada de la farsa de Lucy, porque ni la condesa ni el marqués se fiaban de ellos respecto a ese gran secreto. Puesto que jamás habían visto antes ni a lady Dundee ni a sus hijas, los criados habían aceptado sin cuestionar que Lucy era la hija de la condesa.

Lady Dundee había incluso inventado una historia para permitir que Lucy recibiera las cartas de su padre sin despertar sospechas. Les había dicho a los criados que Lucy, una preciada amiga de su sobrina, estaba viajando por el país antes de recalar en Londres, y que por eso habían aceptado guardarle toda la correspondencia que llegara a su nombre. La artimaña le había permitido a Lucy contestar las cartas de su padre sin alertarlo de lo que realmente estaba sucediendo. Todo el subterfugio, no obstante, conseguía que fuera difícil hablar cuando los criados estaban cerca.

Tan pronto como Jet se marchó, lord Loxar dijo:

—La otra noche, cuando Fernández estuvo aquí, estuvo preguntando a los criados acerca de Juvia de un modo exhaustivo. Estuve a punto de cometer un error, puesto que llegué a creer que él era nuestro hombre. —Suspiró—. Pero entonces se marchó sin tan sólo intentar sobornarlos con dinero para que le permitieran verla. Lo juro, me encantaría averiguar qué es lo que se propone esa alimaña.

My LordDonde viven las historias. Descúbrelo ahora