Capítulo 4

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Despierto con la voz que anuncia mi horario para hoy.

Me levanto de la cama y voy al armario a buscar la ropa. Me visto con el uniforme verde y luego pulso el botón de al lado del armario. Los cristales tintados de la burbuja vuelven a su color transparente. Presiono el botón de al lado y se abre la ventana redonda del techo.

Ya está todo listo.

Toco el botón para abrir la tapa del ascensor y me sitúo sobre la plataforma circular. Con el pie pulso el botón para bajar y, de repente, el suelo me absorbe.

Cruzo el salón y me dirijo al ascensor que lleva hasta el cuarto de las necesidades. Muevo el pie sobre la plataforma para subir pero no me chupa hacia arriba. Debe estar mi madre o mi padre. Salgo de la plataforma y me espero sentada en uno de los sofás.

Poco después veo bajar a mi madre por el tubo hasta que la plataforma llega al suelo. La saludo con un beso en la mejilla y subo yo.

Voy primero al baño, luego me lavo las manos y la cara en el lavamanos. El agua fría me acaba de despertar. Miro el reloj del brazalete, me da tiempo a ducharme.

Me meto en el secador. Una ráfaga de aire caliente me seca entera en un instante. Me visto de nuevo y me siento en la máquina. Es la hora del desayuno.

Paso el brazalete por el detector del reposabrazos. Se oye un 'pip' y se despliega una pantalla detrás del asiento. La sigo con la mirada. Primero se extiende hacia arriba, adelante, abajo y termina encarada ante mí. Es hora de escoger qué quiero comer de lo que se ofrece hoy. Llego tarde, solo quedan dos opciones. Pan con fresa o cereales, y zumo de naranja o de piña, que no me gusta. No me cuesta mucho decidir.

– Cereales –digo a la máquina–. Y zumo de naranja –añado al ver que se marca la primera opción.

¡Naranja!

Me levanto rápidamente para ir hacia el espejo, pero no puedo. Al primer movimiento, un cinturón de la máquina se abre y se abrocha alrededor de mi cintura impidiendo que me levante. A cada movimiento que hago para intentar salir, más atada me encuentro. Primero las muñecas, luego alrededor del cuello. Intento gritar, pero entonces, la bolita naranja de mi desayuno sale del compartimento de debajo de la pantalla de la máquina. Un brazo extensible me la introduce a la fuerza en la boca.

Me rindo, sé que es imposible ir contra la máquina. Cuanto más intentas salir, más aprieta. Y no te libera hasta que no te has alimentado correctamente. Esto lo descubro después de dejar de forcejear, de saborear la bolita con sabor a cereales que se va haciendo cada vez más pequeña. Una pajita se sitúa ante mis labios y bebo el líquido naranja que llena el recipiente lateral de la pantalla. Parece que no se vacíe. Cuanto más naranja veo, más ganas tengo de levantarme y comprobar que, a pesar de haberme duchado, mi cabello sigue de color verde. Necesito comprobar que no se ha descolorido.

El líquido se vacía por fin. Voy a levantarme pero las correas no aflojan.

«2.98A, abra la boca por favor.» Obedezco. Nunca había estado en una situación así, aunque había oído hablar de ello. Quiero salir ya de la máquina. Un pequeño tubo con una pequeña luz se introduce dentro de mi boca y la registra a fondo. Siento el sabor metálico y como si el estómago se me revolviera, pero por suerte el tubo no entra más. Sale y se pliega en su lugar. «Que tenga un buen día.» La frase típica de cada mañana. Aunque hoy la sigue otra. «2.98A le informamos de que su comportamiento será informado a las autoridades del Centro de Alimentación.» Luego la pantalla vuelve atrás el asiento y poco a poco las correas se aflojan y finalmente se desabrochan.

¿Qué ha significado esto? ¿Qué significa esta alerta?

Dejo de pensar en ello cuando una alarma del brazalete me indica que tengo que salir ya de casa, o llegaré tarde el primer día de las clases de tercer nivel.

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