Pierde los nervios, ya no lo aguanta más y revienta a gritos.
– ¡No quiero para nada las llaves! ¡Estabas buscándome un mapa! Pero ya no me hace falta. Ya he perdido bastante el tiempo. ¡Ale, adiós!
Sale hecho una furia del local, y se encamina hacia el sendero por donde ha venido, tiene que volver hacia donde se esconde La Niebla.
Sufre por Axia, su Axia. Debe de estar muerta de miedo, pobrecita. Desea poder encontrarla y abrazarla, besarla y susurrarle al oído que la ama. Que conseguirán que los dejen volver a casa, que hará lo que sea por ella. Que cambiaría su posibilidad de entrar y quedarse allí para que ella pudiera volver. Aunque significara que él no lo podría volver a hacer nunca más. Aunque significara su destierro.
Con pasos largos cruza el pueblo y vuelve al camino que recorrió el día anterior.
El Sol del mediodía brilla alto en el cielo y, a pesar del frío, que deberá dormir unos días en la intemperie y no sabe si tendrá suficiente comida, continúa avanzando.
Camina por la derecha del camino de tierra, el lado más alejado de la niebla. Aunque vea árboles, sabe que no lo son. Sólo son una imagen tenebrosa para que nadie se acerque. Pero tampoco es que haya alguien por allí.
O eso cree hasta que oye el ruido de un motor. No sabe de donde proviene, pero no tarda en averiguarlo. Un coche viejo, azul, que suelta un humo negro y maloliente, pasa por su lado. Mira cómo se aleja. Y de repente, se detiene. En medio del camino, tan sólo a unos diez metros de él, que sigue avanzando.
Se acerca porque no tiene más remedio. Le cierra el paso, y tiene que pasar por allí para continuar su camino. Pero no le inspira confianza. Está demasiado cerca de La Niebla. No hay nadie más. Es demasiada casualidad.
O no.
– Tengo un mapa –escucha cuando pasa bordeando el coche–. Y las llaves te servían si quieres que te lleve.
Clava los pies en el suelo y mira por la ventana del conductor. Es ella. La chica del bar. Con las pocas ganas que le habían quedado de verla. Pero es una tentación bastante grande.
– ¿A cambio de qué? –dice Dylan finalmente.
– Que dejes de ser tan estúpido. No tienes cara de ser así.
– Hecho –responde sin pensarlo. Si no habla en todo el camino no le podrá parecer estúpido.
Oye el 'click' que indica que se ha quitado el bloqueo de las puertas. Da la vuelta al coche y entra.
– Y otra condición –añade la chica de las trenzas. Él resopla–. Que me dejes acompañarte alli donde vayas. Llevo toda la vida en Este y nunca he ido más lejos que las montañas, o incluso a Oeste. Y tiene toda la pinta de que estás a punto de comenzar una aventura.
– No –responde Dylan bruscamente.
La chica se encoge de hombros y dice:
– No perdía nada por intentarlo. De acuerdo, vamos, que ya llegaremos bastante tarde.
El ruido estridente de la radio sin sintonizar es lo único que se escucha dentro del coche. Ninguno de los dos habla. No saben que decir. Tampoco se conocen. Dentro de poco se separarán y no se volverán a ver más.
– Apaga eso –estalla Dylan–. Es horrible ese ruido. ¡Me volveré loco!
– Pues dime algo. Es mejor la radio que el silencio.
– ¿Cómo te llamas?
– Samantha. ¿Y tú?
– Daniel.
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Mariposas
Teen FictionSiempre nos han dicho que la belleza está en el interior, que lo importante no es el físico. Hay un lugar donde eso se sigue al pie de la letra. En La Niebla todo el mundo es idéntico, todos están en igualdad de condiciones. Pero... ¿Qué pasaría si...