Nunca me habían castigado. Nunca había roto las reglas. Nunca había mentido. Nunca me había encontrado tan sola. Nunca había experimentado tanto dolor. Dolor por la ausencia de Blai. Dolor por el castigo que me han impuesto.
Ya hace más de cinco días que no me dejan hacer nada más que comer, dormir y ensayar. Hasta que los acordes suenan a la perfección, hasta que la afinación de mi voz es la correcta. Tengo los dedos entumecidos de tocar la guitarra y me duele la garganta al intentar llegar a las notas más altas.
No me han apuntado al concurso, me han seleccionado directamente. Ahora tienen otros proyectos para mí. Proyectos muy grandes, según me ha explicado Jack. El mundo debe conocer mi talento. Así que estaré no sé cuánto tiempo grabando una canción que quieren que suene por las radios de todo el planeta.
La única parte buena es que, para ir al estudio de grabación, tendré que salir de esta casa que me empieza a oprimir.
Casi no he dormido. Con suerte, unas tres horas. Cuando me levanto, veo que encima de la cama me han dejado ropa nueva, tal como me dijeron. Es la que me tendré que poner para salir a la calle. No me dejan ir con los cómodos chándales gruesos.
Me pongo la molesta falda y luego la camisa. Abrocho despacio cada botón, peleándome con algunos cuando no quieren pasar por el agujero minúsculo. Lo han complementado con unos zapatos de tacón, con los que me desequilibraré y caeré al hacer el primer paso. Ya lo veo venir.
Llaman a la puerta de la habitación y luego la abren. Con toda la libertad que quieren, sin pedir permiso.
– Ya estás –no lo pregunta, lo afirma–. Venga, hacia abajo.
La directora me estira del brazo, con las manos tan frías que me hace estremecer de pies a cabeza, y me arrastra escaleras abajo. Intento no tropezar, aunque no es fácil si me hace ir casi corriendo.
Me hace entrar bruscamente en el coche amarillo que me espera a la entrada.
– Que no se te ocurra cometer alguna locura –advierte antes de cerrar la puerta con un fuerte golpe.
Por el camino, el conductor me va mirando por el retrovisor, pero no me dice nada. Su sonrisa maliciosa me incomoda y me remuevo en el asiento. Empiezan de nuevo los altibajos por culpa de los surcos del suelo. Sólo espero no marearme como cuando vinimos. Cierro los ojos e intento olvidarme de todo. Al final, me duermo.
– Aixa... Venga, despierta –me susurra una voz suave–. Ya has llegado.
Abro los ojos lentamente. Sigo dentro del coche. El frío entra por la puerta abierta y un escalofrío me recorre de pies a cabeza. Fuera me espera Jack, que sonríe al ver que he despertado. Me tiende la mano cordialmente para ayudarme a salir. El frío viento impacta contra mi espalda y el pelo me cubre la cara unos instantes.
– Buenos días, Jack –saludo mientras bostezo.
– Tienes cara de dormida –comenta. Pero no lo hace con mala intención. Jack nunca tiene malas intenciones.
– Cierto profesor de música me tuvo ensayando hasta las tres de la madrugada...
– Lo siento, no quería terminar tan tarde. Pero ya sabes como es la Señora Jackson, ella manda. No podía hacer nada si no se iba.
– Ya lo sé, Jack. Estaba bromeando –digo riendo.
– Venga va, entremos, que te están esperando. Te quieren conocer.
Hasta ahora no me había dado cuenta del edificio ante el que nos encontramos. Es altísimo. Las paredes exteriores parecen espejos que reflejan el Sol que comienza a aparecer entre las nubes. Entramos por una puerta de cristal que se abre sola cuando nos acercamos.
ESTÁS LEYENDO
Mariposas
Teen FictionSiempre nos han dicho que la belleza está en el interior, que lo importante no es el físico. Hay un lugar donde eso se sigue al pie de la letra. En La Niebla todo el mundo es idéntico, todos están en igualdad de condiciones. Pero... ¿Qué pasaría si...