Capítulo 17

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No sé cuánto tiempo paso en el aula de música. Intento no pensar en nada, sólo en lo que toco,

pero se me hace imposible. Pienso en La Niebla, en mi casa, en mi padre y mi madre, Dylan...

¿Y Dylan qué? ¿Qué debe estar haciendo? ¿Estará enfadado conmigo? ¿Me seguirá amando?

Quiero que sea así. Porque al menos tendré alguien en quien apoyarme, cuando vuelva y mis

padres se sientan traicionados.

¿Pero cómo volveremos, si no sabemos dónde está? ¿Lo sabrá Blai? ¿Uno de los muchos

secretos que esconde es el camino de vuelta a La Niebla? Le tengo que preguntar. Lo antes

posible. Ahora mismo.

Me levanto de un salto. Guardo la guitarra y salgo del aula. Blai debe de estar en el gimnasio,

en la sala de baile. Me dirijo hacia allí. No me paro a hablar con nadie, tampoco me fijo en los

chicos y chicas que me cruzo por el camino.

Sólo me paro unos segundos en nuestra habitación, paso por delante cuando cruzo del edificio

de los chicos al de las chicas. Tiro la libreta con las partituras sobre la cama y salgo otra vez.

Finalmente llego al gimnasio.

Cuando entro a toda prisa, siento las miradas de los que hay allí puestas sobre mí. Con un

"shhh" me indican que no haga ruido. Están todos mirando a un chico de pelo verde que baila

con una chica ante el espejo. ¿Quién es esta? ¿Por qué sonríen tanto ellos dos? De repente, veo

algo que ya he visto antes. Blai hace los mismos pasos que hizo conmigo en La Niebla, en la

clase de baile mientras improvisábamos. Era yo quien daba vueltas y luego él me atrapaba

entre sus brazos... Eran nuestros aquellos pasos... Debería ser yo quien baila con él, quien lo

mira tiernamente, quien se pierde en aquellos ojos verdes como la hierba. Sólo yo, que

conozco su secreto. La única que sabe que sus ojos son de un color naranja precioso, especial.

Sólo yo.

El fuego se enciende dentro de mí. Primero es la ira que me corrompe. Pero después el agua lo

apaga. Siento un par de lágrimas que empiezan a caer por mis mejillas. Tal como he llegado

huyo, corriendo.

No tardo demasiado en saber dónde voy, inconscientemente camino hasta la habitación. Pero

no me tumbo en la cama a llorar como siempre. Veo el bañador extendido sobre la silla. Me lo

pongo rápido y me miro en el espejo. Si tuviera mangas y me cubriera las piernas, sería como

los uniformes que llevábamos en La Niebla. Se le parece bastante. Por eso me lo pongo a veces.

Salgo de la habitación decidida, aunque no lo estoy. No sé dónde voy, las piernas se mueven

solas. Mis pies descalzos sobre el suelo frío. Siento como me miran cuando paso, pero me da

igual. Siento las lágrimas saladas en mis labios, pero voy con la cabeza alta.

Y entonces me encuentro frente al agua, he llegado a la piscina. El carril ante el que estoy está

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