Capítulo 26

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Consigo que me den un día libre para mí sola, sin Mike, ni Logan, ni Jack... yo, y sólo yo. O eso es lo que piensan.

Llamo a Blai y Dylan para ir a pasar el día donde sea. Quedamos en el parque, como siempre, pero cuando llego solo encuentro a Dylan. Nos saludamos con dos besos y me cuenta que Blai está enfermo y se ha quedado en el pequeño hostal donde se alojan. Sólo es un resfriado, pero me preocupo igual y decido que pasaré más tarde a saludarle y a hacerle compañía un rato.

– ¿Dónde quieres ir? –pregunta.

– A cualquier lugar, no me conozco mucho la zona, la verdad –reconozco–. He pasado todo este tiempo del apartamento al coche que me espera delante de la puerta y al revés.

– En ese caso... ¿Confías en mí? –dice enigmático alzando una ceja.

– Claro que si Dy –respondo medio riendo. Me coge de la mano y me dejo guiar.

Pasamos por una calle llena de tiendas. Está a rebosar de gente que va con bolsas arriba y abajo y tenemos que ir empujando para abrirnos paso. Finalmente, giramos en un callejón y seguimos avanzando entre risas y tonterías.

– Va, dime donde me llevas.

– Ya casi llegamos, impaciente... –me chincha.

Pocos minutos después llegamos a lo que descubro que es un museo. No he entrado nunca en ninguno, pero sé que hay cosas interesantes que están allí para que la gente lo contemple y disfrute.

No es muy grande. De hecho, he pasado a veces por museos muy grandes con fachadas majestuosas. Y bien, esto es un pequeño museo en un callejón poco concurrido, pero un museo al fin y al cabo, eso pone en letras grandes en la entrada.

Cruzamos las puertas de madera abiertas y llegamos a una estancia donde duerme un hombre viejo sentado en una silla detrás de un mostrador.

– ¡Señor Watson, Señor Watson! –le llama Dylan con suavidad para despertarle.

– ¡Bienvenidos! Bienvenidos a mi pequeño museo –dice de pronto despertándose–. Hace cincuenta años que lo inauguré y cincuenta años...

– Que dedico todo el tiempo que puedo para encontrar pequeñas cosas, pequeños detalles únicos en el mundo para hacer que la gente disfrute –acaba recitando Dylan.

– ¿Daniel? –pregunta el hombre sorprendido, poniéndose bien las gafas de culo de vaso y acercándose a él.

– Sí, soy yo Señor Watson.

Después de las presentaciones, y de que el hombre haga mil preguntas a Dylan, amablemente nos deja que paseemos por el museo mientras echa otra siesta tras el mostrador. Dylan me lleva por ese lugar tan fantástico lleno de cosas que no había visto nunca. Ya llevo bastante tiempo aquí, pero me quedan tantas cosas por descubrir... Me enseña un video en blanco y negro con un proyector muy grande y antiguo en el que se ven a dos jóvenes ante lo que parece una piscina sin fin. Me cuenta que eso es el mar y lo que más deseo en ese momento es ir a verlo y bañarme.

– Dylan, yo quiero ver el mar. El agua se mueve sola sin que nadie la toque. Esto en la piscina no pasa.

– Me gustaría llevarte, Ax. Pero tenemos que volver a casa, ¿no?

– Si, claro... pero me gustaría tanto... –suspiro. Entonces Dylan se mueve de repente y busca algo que encuentra rápidamente. Tiene una forma muy extraña, es algo alargado con pinchos redondeados y un agujero en un lado. A continuación me lo acerca a la oreja.

– Ahora cierra los ojos e imagina que estás en la película –susurra y le hago caso–. Esto es el mar –dice en el mismo tono de voz al cabo de un rato.

– ¿Hay un poco de mar aquí dentro? –pregunto curiosa. Él ríe y me mira tiernamente.

– No, pequeña. Hay una explicación científica sobre por qué se oye como el mar dentro de las caracolas. Pero quédate sólo con el hecho mágico de que se escucha el mar –me sonríe, deja la caracola donde estaba y seguimos andando.

Dylan se conoce cada objeto, cada centímetro del museo. Me enseña unas piedras negras con agujeritos y me cuenta que son piedras volcánicas, que salieron de bajo tierra por dentro de una montaña con fuego.

La verdad es que me siento un poco estúpida, él lo sabe todo y yo no sé casi nada. Pero me fascina, nunca había imaginado que pudieran existir esas cosas, ni que algunas pudieran hacer daño. No me había hecho daño antes. En La Niebla no había cosas que cortaran, pincharan, quemaran... Ahora incluso comiendo me puedo hacer daño si me corto con el tenedor o me pincho con el cuchillo, o... creo que eran al revés. Me hago muchos líos en la cabeza. En La Niebla no teníamos estos utensilios, ni siquiera había alimentos como los de aquí. La máquina de la comida te daba una bolita, te lo tragabas, y ya está.

Pero hay que decir que la diferencia era muy grande, no se puede comparar comer una bola con sabor a chocolate mezclada con lo que fuera, que comer una tableta de chocolate. Evidentemente el chocolate aquí está mil veces mejor.

Mientras seguimos paseando por la exposición, Dylan me hace preguntas sobre lo que he vivido aquí. Le hablo sobre el orfanato, sobre la directora gruñona, sobre las clases de música con Jack... Cómo después terminé en un apartamento para no llegar tarde al estudio. Cómo grabamos el disco. Le hablo también sobre Logan y Sophie, sobre moda y la fama. Sobre las entrevistas, los paparazzis, etc.

– ¿Cómo se llamaba eso... –pregunto para mí misma en voz alta clavando la vista en un cuadro que cuelga de la pared. Dentro hay unas cositas de colores y dibujos diferentes, pero todas tienen la misma forma y el mismo tamaño.

– Es un marco. Esto es una colección.

– No, no, digo estas cositas pequeñas. Son todas iguales, pero de diferentes colores, como la gente de La Niebla.

– Se llaman mariposas.

– Son muy bonitas.

– Todavía lo son más cuando vuelan libres entre las flores de colores.

– ¿Podremos ir a verlo algún día, Dy? Me encantan, son preciosas –repito maravillada.

– Son como tú, pequeña mariposa.



Holaaa! ¿Sabéis que amo este final? Sí, lo he escrito yo, pero me emociono igual jajaja Me parece tan adorable :) Ahora ya veis de dónde viene el título de la historia, ¿no? Porque hasta ahora no tenia mucho sentido jajaja

Bueno me despido por hoy, el sábado el penúltimo capítulo... ¿Soy la única que no quiere que se acabe?

Besoooos :*

MariposasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora