Capítulo 28

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Blas y yo nos sentamos en la parte de atrás del taxi mientras Dylan va delante, en el lugar del copiloto. Hace mucho tiempo que Blai y yo no hablamos, desde que se marchó del orfanato. Y ya no parece el mismo, pero aun lo recuerdo como el chico que estuvo a mi lado en los peores momentos.

– ¿Cómo te encuentras? –pregunto–. ¿Ya estás mejor del resfriado?

– Sí, gracias por irme a buscar aquellas pastillas.

– De nada –hago un breve silencio–. Sabes... –no sé cómo continuar, me da miedo cómo pueda reaccionar–. Te he echado de menos. Desde que te fuiste... Me he arrepentido mucho de no venir contigo. Realmente hubiera sido todo más fácil si hubiera ido.

– No te preocupes, Axia. Ya estamos volviendo a casa –me sonríe y le devuelvo la sonrisa.

Muchos recuerdos aparecen en mi cabeza. Cuando nos dijeron que éramos defectuosos. Cómo parecía al principio que me evitava y como después me empezó a ayudar. Fui muy estúpida de no irme con él, aunque me lo pidió, aunque lo quería. A pesar de lo mucho que Blas significaba, y supongo que sigue significando, para mí. Mi orgullo ganó. Haciéndome perder, perder la oportunidad de volver pronto a casa, perdí a Blas y lo que se estaba formando entre nosotros.

Estábamos unidos de una manera especial, éramos dos personas diferentes en este mundo nuevo. Sabía que podía confiar en él, de hecho, era la única persona en quien confiaba. Podía explicarle mis miedos, lo que aprendía cada día y él era el único que no lo encontraba obvio o insignificante, porque él también descubría nuevas cosas de este mundo día tras día.

Llegamos, al cabo de unas horas, a un pequeño pueblo. Blai me despierta. Me he dormido apoyando la cabeza sobre su hombro y me han tapado con una manta. Hace un poco de fresco. Mientras bostezo y me incorporo, Dylan indica al taxista que nos deje en medio de la plaza.

Empezamos a caminar por el medio del pueblo, entre calles estrechas, donde poca gente pasea. La mayoría abuelos y abuelas que van a la panadería a buscar el pan del día, o a comprar verduras frescas a la tienda. Los pocos que pasan por nuestro lado nos saludan y nos miran con sorpresa, no deben estar acostumbrados a recibir visitas en este pequeño pueblo.

Dylan se detiene delante de una casa vieja y nos indica que le esperemos mientras entra.

– Tenemos que ir al bar –indica cuando sale de la casa con una mochila–. Si no queréis ir a pie, claro. Es un camino un poco largo tal vez.

– ¿Cuál es la otra opción? –pregunta Blai–. ¿Es más rápida?

– La opción del bar es ir a ver a Samantha y pedirle que nos lleve con el coche.

– Es demasiado arriesgado –comento–. Además no hace mucho calor aun, el Sol no está arriba del todo, podemos ir andando.

– Sí, Aixa tiene razón. Mejor no arriesgarse con ella. Además, ya nos despedimos una vez.

– Vamos caminando pues. Seguidme.

Y eso hacemos. Caminamos durante lo que parece mucho rato. Nadie habla, sólo alguna conversación que se apaga rápidamente. Nos concentramos en caminar y cada uno se sume en sus propios pensamientos.

El camino recto entre los prados se bifurca a derecha e izquierda cuando llegamos a un bosque oscuro y tenebroso.

– Es aquí –dice Dylan deteniéndose en seco. Hay una roca frente a un cartel que indica el camino hacia el pueblo y me siento. Estoy cansada. Blai me imita y le dejo un hueco–. Pues bien, aquí estamos... –Hace silencio. Y no me gustan aquellos silencios.

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