Cuando llegan a Oeste, lo primero que piensa es que le ha engañado. Han dado media vuelta. Vuelven a estar en Este. Pero entonces se fija más. Los edificios, las casas, la iglesia, la plaza... Todo es igual que en Este, pero más bonito, más cuidado.
Niños juegan en los columpios de la plaza mientras sus padres hacen el aperitivo en el bar. Un bar lleno de gente riendo y bebiendo. En la calle principal han montado un mercadillo donde se mezclan frutas y verduras, pan y queso, abrigos de lana y camisetas de algodón, cuchillos, cucharas y tenedores, mujeres y hombres paseando, vendedores y vendedoras gritando hasta dejarse la voz para atraer la clientela. El pueblo, está vivo y lleno de color. El frío, es como si no estuviera presente.
Lo primero que hace Dylan es ir a comprar una chaqueta y un jersey bien grueso. Compra también unos guantes y unas botas de montaña, una bufanda y una manta. Y finalmente consigue una mochila de excursionista. Le sale cara, más de lo que vale en realidad, pero es exactamente lo que necesita. Además, tiene dinero de sobra. Sam no sabe de dónde lo ha sacado, ni lo sabrá. Queda poco para que sus caminos se separen, aunque ella no lo quiera.
Es por ello que, mientras él paseaba por el mercado, ella ha aprovechado y ha preguntado a la gente si sabían algo sobre dos chicos aparecidos por allí hacía unas semanas.
Le ha costado, pero ahora tiene una información que Dylan necesita. Y también un plan bien ideado.
Lo encuentra hablando con un tendero que le intenta vender una cazuela de cerámica. Dylan niega su propuesta agradeciéndole igualmente, pero el hombre no se da por vencido. Entonces llega Sam y, disculpándose con el tendero, coge el brazo de Dylan y le arrastra fuera del bullicio de gente.
– Gracias, Sam –le agradece mientras se sienta en un banco y empieza a cambiar cosas de una mochila a la otra.
– No me las des todavía. Esto no ha sido nada.
Dylan para de golpe y se gira a mirarla.
– Explícate.
– Sé dónde están tus amigos –luego calla. Dylan espera a que continúe, pero no lo hace. La mira expectante, esperando a que en algún momento diga algo, pero no se mueve, no habla. Se queda muda, quieta, mirándolo fijamente, incomodándolo. Entonces Dylan lo entiende. No hablará si no la deja ir con él.
Baja la mirada y comienza a dar vueltas en círculos, pensando. Si no va con ella, no tiene la ventaja del coche. Pero si deja que vaya con él, tarde o temprano se enterará de la verdad. No podrá seguirlo siempre. ¿Y cuando haya encontrado a Axia? ¿Entonces qué hará? Deberán volver a La Niebla, pero Sam no podrá ir, ni siquiera tiene que saber que existe.
Su cabeza piensa, rápido, muy rápido. Siente los ojos azules de la chica clavados en su espalda. Y finalmente, toma una decisión.
– De acuerdo. Dime, ¿dónde tenemos que ir?
– ¡Sí, viva! –grita ella dando un par de saltitos–. Sabía que lo conseguiría.
– Pero pongo mis condiciones. Si se tiene que coger el coche, la radio mal sintonizada, se apaga. Y segundo, se hará lo que yo diga, cuando lo diga. ¿Ha quedado claro?
– Clarísimo, dos normas muy fáciles de cumplir.
– Pues ahora dime, ¿dónde están?
– En la ciudad. A unos dos días, yendo con mi coche, claro. Tendremos que parar a un motel por el camino, o dormir como hoy.
– Pues venga, vamos a ello. No perdamos más el tiempo.
– Eh, para. Jessie debe alimentarse.
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Mariposas
Fiksi RemajaSiempre nos han dicho que la belleza está en el interior, que lo importante no es el físico. Hay un lugar donde eso se sigue al pie de la letra. En La Niebla todo el mundo es idéntico, todos están en igualdad de condiciones. Pero... ¿Qué pasaría si...