Capítulo 15

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Cuando se hace de día emprenden el camino otra vez. Sam conducirá, Dylan se tumba en los asientos de atrás a dormir.

Primero tienen que sacar una capa de nieve que se ha extendido por encima del coche durante la noche y desempañar los cristales con un paño. Al coche le cuesta arrancar de nuevo, pero sólo es otro susto. Cambia el casete que ha terminado y pone otro. Da marcha atrás y vuelve a la carretera. No hace mucho que alguien ha pasado por allí, las marcas de las ruedas de un tractor han quedado grabadas en la nieve. Aquello le abre un camino.

Al coche le cuesta coger velocidad debido al frío. A ella le duelen las manos al coger el volante. Al principio, no siente los pies que aprietan los pedales. Después siente unas fuertes punzadas cuando aprieta el acelerador. Se pone una manta sobre los muslos y parece que mejora un poco. Tiene ganas de llegar a la ciudad y llevar el coche a un mecánico. Si no, no podrán seguir con estas temperaturas.

Pero lo peor aún está por llegar. Horas más tarde, la tormenta de nieve ha terminado, ya ni siquiera llueve. Pero Jessie dice basta. Primero son unos ruidos extraños, como unos resoplidos. Tras breves frenadas repentinas, finalmente se detiene.

Son las dos de la tarde, tenía calculado que llegarían sobre las siete u ocho de la noche. Pero ahora, tal vez ya no lleguen.

El único teléfono que tienen no coge cobertura. Hace horas que no pasa nadie por la carretera. No ha nevado más, pero sigue haciendo mucho frío. Han intentado una y otra vez que Jessie vuelva a moverse. Pero no hay nada que hacer.

Si se quedan allí terminarán congelados. Pero salir fuera del coche y caminar no parece tampoco muy buena idea. Quizá es la única solución, caminar a ver si encuentran alguna casa de campo o algún campesino entre los cultivos que los pueda acoger unas horas, dejarles un teléfono o llevarlos a la ciudad.

Cogen todo lo que pueden del coche. Tampoco hay gran cosa, pero deben dejar algunas naranjas que no caben en las mochilas. Se hace duro dejar allí a Jessie, pero deben elegir, y eso es lo mejor. Empiezan a caminar en contra del viento, a cada paso están más cerca de la ciudad. No hablan, no pueden gastar las fuerzas hablando. Sólo andan aguantando el frío. Manteniendo la esperanza de encontrar a alguien o que alguien los encuentre.

Sam se sigue lamentando, ha sido idea suya coger aquella carretera en lugar de ir por la principal. Si hubieran ido por allí, ya haría horas que hubieran encontrado alguna persona honrada que los dejara subir al coche y los llevara. Pero no lo ha hecho, porque de eso tratan las aventuras, de obstáculos por superar. No importa el destino, lo importante es el viaje. Pero si no murieran congelados en el intento, estaría mejor.

No saben cuántas horas llevan andando, no quieren mirar el reloj. Sólo sienten que los brazos les pesan, las mochilas pesan, todo el cuerpo les pesa.

Hace rato que han entrado en una zona boscosa, y el suelo de asfalto se ha convertido en arena y piedras que se clavan en las suelas de los zapatos y parecen pinchos bajo sus pies. La tierra mojada resbala y deben vigilar para no caer.

Los corazones les laten rápidamente, les espera una dura subida y el cielo ya empieza a oscurecerse. Cuando estén arriba se detendrán, pero primero hay que llegar.

Quizá Jessie no habría podido subir esa pendiente. No es excesivamente pronunciada, pero sí larga. Aunque se les hace más larga al tener que subir a pie.

Suben lentamente, mucho más de lo que quisieran, pero sus piernas están a punto de decir basta. Todos los músculos les queman. Entonces un pie de la rubia pisa una piedra que rueda y resbala. Cae al suelo con las manos por delante. Dylan, que no lo ha visto venir, tropieza con ella y le cae encima.

No pueden más. Agotados se sientan a media subida. Ahora ya se han detenido, han perdido el ritmo, les costará mucho más arrancar de nuevo.

– No puedo más. Aquí me quedo.

– ¿Qué esperabas cuando quisiste vivir una aventura? –pregunta Dylan.

– Supongo que eso, pero no me lo imaginaba tan duro.

– ¿Te has hecho daño?

– No, sólo unos rasguños en las manos –dice mostrándole ambas manos donde se ven unos pequeños cortes bajo una capa de barro.

– ¿Quieres que continuemos hasta arriba? Y ya nos detendremos allí todo el tiempo que haga falta.

– De acuerdo –asiente.

Dylan se levanta haciendo un gran esfuerzo. Recoge la mochila del suelo y se la carga a la espalda. Entonces le tiende la mano a Sam para ayudarla a ponerse de pie. Ella la acepta y se levanta. Pero no lo consigue. Mil punzadas suben de repente por su tobillo. No puede evitar que un grito de dolor se le escape.

– No puedo, Dylan. El tobillo, me duele mucho.

– Dame el teléfono. A ver si hay cobertura aquí.

Es inútil. El teléfono se queda sin batería en el instante en que pulsa la tecla de llamada a emergencias. No pueden avanzar, el tobillo de Sam se ha hinchado y lo cubren con la nieve que queda todavía en el suelo.

Sólo les queda esperar. ¿Pero esperar a qué? A que el pie de Sam mejore. Esperar que no nieve otra vez. Esperar que no anochezca demasiado rápido.

Esperar a que alguien los encuentre y los pueda salvar. No pueden hacer nada más que esperar.



Hola, holaaa! Aquí os traigo un capítulo nuevo. De momento Sam y Dylan se quedan aquí. En esta cuesta y a la espera de que parezca algún tipo de salvación. En el siguiente capítulo vamos a volver con Axia y Blai, a ver como les va por el orfanato, esperemos que bien, ¿no? El martes o el miércoles lo sabremos.

Beeesos :*

MariposasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora