Capítulo 12

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Kate tomó su Pietro Beretta 92 sin silenciador con ambas manos y apuntó hacia una hoja que se movía de un lado a otro y que tenía dibujados círculos amarillos, rojos, azules, negros y blancos dentro de la figura oscura de un hombre. Observó como la hoja se acercó repentinamente hacia ella a una velocidad vertiginosa y tiró del gatillo; tres proyectiles salieron disparados en línea recta dando justo en el blanco y deteniendo el mecanismo de forma inmediata. Kate bajó su 92, movió las orejeras de sus oídos y las colocó en su cuello. Había logrado —como siempre— un tiro impecable, pero eso no era lo más importante ese día; Kate seguía analizando la situación en la que se encontraba intentando encontrar algo que la ayudara a saber claramente lo que sucedía a su alrededor. Ya habían pasado varios días desde la noche en la que se dio cuenta que ella sólo era una pieza de ajedrez y seguía sin saber cómo hacer que el juego acabase antes de que realmente empezara; seguía sin saber cómo volverse el jugador y dejar de ser una simple e insignificante pieza para lo que estaba por venir.


   Aquella noche —en la cual la pasó acompañada de su destrozado todoterreno— el comandante Jankins la había ayudado a realizar las llamadas telefónicas sin ser detectada por los demás militares del establecimiento, cosa que ella le agradeció al día siguiente sin que nadie lo llegara a notar. Claro que el comandante Jankins no se la puso fácil a Kate, pues este insistió en saber qué era y qué es lo que estaba sucediendo y Kate no pudo decir nada más que un simple "no lo sé", pues en cierto modo eso era verdad.


   Kate suspiró y volvió a colocarse las orejeras en los oídos, apuntó de nuevo a los objetivos con su Beretta y tiró del gatillo hasta acabar con el cartucho, había acertado todas y cada una de las balas y aun así se sentía frustrada, los últimos días se había estado sintiendo de la misma manera; a veces se imaginaba a sí misma como un pequeño ratón de laboratorio dentro de un laberinto en busca de un pequeño pedazo de queso y eso la hacía enfurecer. Cada vez que el pensamiento llegaba a su mente caminaba a paso apresurado —ignorando el dolor que eso le producía en su muslo derecho— y se dirigía hacia el cuarto de tiro dentro del establecimiento, desenfundaba a su buena amiga: su Beretta 92 y disparaba hasta que sus brazos dolían de tanto soportar el retroceso de aquella arma —la cual llegaba a sostener durante horas—. Gastaba cartuchos enteros cada día e iba en busca de más; en esos precisos momentos era casi como una adicta y ella lo sabía, pero no lograba pensar en otro modo de sacar su frustración, no lograba encontrar respuesta para las preguntas que rondaban su cabeza todo el día y que venían a su mente una y otra vez, no lograba que en su mente dominara la paz que en su exterior aparentaba y sobre todo; no lograba saber quiénes eran sus aliados y quienes no, lo único que Kate lograba tener claro era que ni siquiera su propia sombra era digna de su confianza.


Kate recargó el cartucho de balas y continuó pensando en las posibilidades que había de que estuviera sola en todo aquello, de que su propio equipo o incluso que la compañía entera de agentes estuviese metida en todo aquello y la empujasen hacia un abismó sin que ella lo supiese. Rápidamente descartó la idea de que su equipo la traicionaba —aunque aún se encontraba un poco desconfiada acerca de eso—; ellos le habían estado ayudando y le habían hablado con sinceridad, tenía más de una prueba de eso, pues María le había confirmado la nacionalidad de los sujetos con los que batalló en aquel camino de terracería, si ella estuviese en contra de ella no se lo habría dicho, aunque aún cabía la posibilidad de que ella ya sospechase que Kate tenía una idea de que esos hombres eran alemanes gracias a las armas que portaban aquel día —cosa que era cierta—, pero la verdad es que Kate no estaba muy segura si en verdad eran alemanes o no, pues las armas podían ser portadas por cualquiera debido a la cantidad de narcotráfico que existía.


Una vez que Kate vacío de nuevo el cartucho suspiró y bajó el arma. Recargó su Beretta una vez más, pero decidió que la dejaría de esa manera, le colocaría el silenciador, la colocaría dentro de su arnés y se iría, pero primero esperaría a que el cañón del arma se enfriase.


   Kate caminó por el pasillo que daba a su habitación y se detuvo frente a la puerta de su recámara sintiendo un cosquilleo detrás de sus orejas. Miró la perilla de la puerta que relucía con un magnifico tono dorando, se fijó en la forma en que la manija le devolvía su imagen en forma de reflejo y frunció el ceño, Kate se hincó sobre su pierna izquierda reusándose a prestarle atención al dolor que se instaló en su otra pierna herida casi de inmediato. Kate miró fijamente aquella perilla, si bien es cierto que ella nunca le prestaba atención a ese tipo de cosas, algo en aquel objeto le llamó la atención y se acercó un poco más a ella. Cuando sus ojos conectaron con un pequeño punto negro a un costado de la perilla se estremeció y se levantó a toda velocidad, un fuerte tirón le recorrió la pierna y no pudo evitar hacer una mueca de dolor, miró a ambos lados del pasillo y lo recorrió en ambas direcciones asegurándose de que no hubiese nadie en el, cuando terminó se colocó de nuevo frente a la puerta de su habitación y está vez se fijó en la puerta y el marco hechos de metal oscuro; un gran conductor de electricidad. Kate miró de nuevo la perilla, su ceño volvió a fruncirse y apretó la mandíbula, «parece que tenemos a un genio en explosivos dentro del establecimiento», Kate relajó su expresión y esbozó una media sonrisa, «para su mala suerte; él no es el único».



La Agente Kate Manson (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora