Ángel se había despertado un poco después de escuchar a alguien salir. Todos dormían en la misma habitación así es que cuando abrió los ojos se dio cuenta que era Matías quien ya se había levantado.
Ricardo, que era un zombie en las mañanas, apagaba el despertador cada diez minutos desde las siete a las ocho am, hora en la que finalmente salía de su cama. El geólogo tomaba un café antes de dejar la cabaña y Ángel siempre había pensado que debía conducir hasta la oficina en modo automático. Ricardo no notó que Matías había abandonado el hogar antes que él y en cuanto se dispuso a realizar su rutina como siempre, Ángel preguntó.—Me voy a encontrar con la bruja en el faro ¿Puedes llevarme?
—Claro. —Contestó Rick sin entender completamente qué le había pedido Borges a causa del sueño.
Borges había decidido que el faro abandonado sería el mejor lugar de encuentro porque fue de los primeros —y únicos— lugares en la Antártida alejado de control militar que reconoció en cuanto llegó. Desde la parte de arriba del faro podía observar el mundo de hielo. A Ángel le encantaba mirar desde la altura, aun cuando no hubiese muchos colores en el horizonte. Las ocasionales manchas grises en un marcado blanco, algunas cumbres azules y la poca luz le hacía pensar en un cuadro que había visto colgado en el colegio donde había vivido su adolescencia.
Este viaje había tomado mucho más tiempo y fuerzas de lo que había imaginado. Aun cuando desde el principio sabía que intentarlo con brujas y chamanes era desesperado, no podía admitir frente a Ricardo y Matías que se había equivocado. Era él quien había tomado las malas decisiones y era momento de sentarse a pensar cómo tomaría las decisiones correctas a partir de ese día. Esperar a la mujer que hablaba con los muertos podía parecer la repetición de los mismos errores pero no lo era. Estar solo en el faro le recordaba a otras mañanas en que había amanecido solo, como el día del papá o algunas navidades. Se había hecho tantas preguntas, pero escuchar a su mamá llorar, las pocas veces que podía verla en el año, le impedía encontrar respuestas directamente con ella. La vida de Sofía Montero en Costa Rica era digna, nunca le faltó qué comer ni qué vestir, pero cuando tuvo la posibilidad de enviar a su hijo a estudiar en Suiza, no dudó en hacerlo. En comparación con sus compañeros europeos, para Ángel, pasar las fiestas en la casa no era una posibilidad cierta. No podía costear sus pasajes en avión cada vez que tenía días libres, por lo que pasó la mayor parte de su pre adolescencia y adolescencia encerrado en el Visdom Och Kraft Skola. No se quejaba, se había hecho un gran lector y un niño capaz de conversar con adultos. No hacía diferencias entre el personal del aseo o los facultativos, les ganaba en el ajedrez a todos por igual. La mayoría de los profesores habían sido encantados por sus talentos y Ángel no sufría de abandono sufría por las cosas que no sabía. Pensaba en las cosas que nadie se había preocupado de contarle como quién era su papá o si tenía hermanos o primos en otra parte del mundo. ¿Cómo serían sus abuelos? ¿Pensarían en él?
La morena que el día anterior usaba un apretado vestido negro con dorado y el pelo en largos bucles apareció en el faro vistiendo ropa normal de nieve, el pelo totalmente rizado y cara de frío.
—Te ves tan normal —Dijo Ángel, impresionado por su belleza, sin escoger las palabras correctas para expresarlo.
—¡Vaya! ¡Gracias!
—¡No, quiero decir que te ves mucho menos mística que ayer! —Él sonrió sabiendo que ganaría algunos puntos mostrando sus blancos dientes. —Me gusta tu pelo. —Dijo para cerrar. Ella sonrió y se le acercó un poco más.
—Entonces, a lo que vinimos ¿Quieres que hablemos de ella?
—¿De ella quién?
—De Catalina.
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Drogas & Demonios
Mistério / SuspenseCatalina D'aggostino, odiosa adolescente de la elite Chilena, clasista y obsesionada con su peso, huye de su realidad acomodada y vida de excesos luego de enterarse de un asqueroso secreto en su familia. En un viaje al fin del mundo Catalina de...