Capítulo 3. Colapso

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La primera semana en el barco concluía. Alek y yo, teníamos un acuerdo tácito de juntarnos a conversar, solos, al menos una vez por día. Cuando estábamos juntos me sentía importante.

Mi ruso era el tipo de hombre callado que prefiere escuchar e intervenir de vez en cuando, lo que funcionaba bastante bien conmigo. Tenía una forma particular de tratarme, me hacía sentir especial. Conversábamos de cualquier tema que se nos viniera a la mente y él, en su intento de hilar frases coherentes en español, terminaba haciéndome reír a carcajadas sin entender por qué.

En general, el crucero había sido maravilloso. Encontrar a Sam que se preocupaba por mí y estaba dispuesta a ayudarme con mis dramas familiares. Por otra parte, Diego, que me mantenía entretenida con su humor peligroso y constantes burlas al sistema de Bostroff y finalmente Alek, que aun cuando continuaba fluctuando desde la felicidad a la angustia en cuestión de minutos, era el distractor más guapo que podría haber deseado para llenar mis días de amor y estabilidad.

Esos días en el barco contrastaban diametralmente con mis veranos desde que tenía catorce. Con la Camila viajamos por todo el mundo siempre con la Shani, su nana favorita, "cuidándonos".

La Cami y yo nos conocíamos desde los tres años, fuimos al colegio juntas, pasamos largas temporadas en la casa de la otra, pero jamás conversamos de cosas importantes como el futuro o la universidad. Con ella todo era tiendas nuevas, novios nuevos, pastillas nuevas... A veces esos pensamientos me atormentaban.

La Camila era la menor de tres hermanas, y su papá siempre quiso tener un hijo. No era necesario ser psicólogo para entender su afán por llamar la atención de todo hombre que respirara a su alrededor. 

Una de nuestras historias que mejor lo graficaba, fue una apuesta para acostarse con el profe de gimnasia que gané a los quince. Ella quedó tan molesta con la derrota que juró iba a conseguirse un pez más gordo. A los tres días se había acostado con el presidente de la junta de accionistas del colegio y varios otros. Así comenzó nuestra vida sexual, y aún con todo, el incidente entre ella y mi papá no podía dejar de descolocarme.

Antes de pasarme casi once días en un barco con desconocidos adolescentes y sus problemas, no había tenido tiempo de analizar ese tipo de cosas; el rumbo que estaba tomando mi vida o las decisiones del pasado que habían ido desencadenando situaciones complicadas para alguien de mi edad.

En una de las sesiones con "la Anchoa" (como le decíamos Diego y yo a la psicóloga del "Staff Bostroff" que era igual a un personaje de Bob Esponja) intenté poner atención a las historias de las chicas, los temas que contaban y la relación que podían tener con mi vida. Me costó un montón dejar de distraerme con la cara de pescado que esa mujer tenía, pero cuando lo conseguí fue el turno de Samantha. Yo no la había oído antes en terapia grupal, y escuchar su historia con detalles me emocionó hasta las lágrimas.

—Hola, soy Samantha Tratcher, tengo veintiún años y soy adicta a la heroína, aunque en realidad me he metido de todo. Mi familia es danesa. Papá murió hace algunos años atrás y mi madre ha vuelto a casarse cinco veces, de hecho, en estos momentos se encuentra en el Caribe planeando su sexta boda.

Debido a estos matrimonios me he enfrentado con distintos tipos de familias. El segundo esposo de mi mamá era islandés y nos fuimos a vivir con él a su país. En Dinamarca, mi familia es dueña de un conglomerado de empresas farmacéuticas y de investigación bioquímica, pero como mi mamá no es muy buena con los números, un primo de ella lleva las finanzas ahora.

Luego de que mi mamá se divorciara de su segundo esposo, nos fuimos a Alemania a vivir con el tercero. Él era un tipo muy violento, y no nos llevábamos bien. Sin embargo, conseguí un hermanastro bastante adorable al que inicié en las drogas. En esos momentos parecía normal, todos los chicos de mi edad se la pasaban en trances, pero evidentemente a mi padrastro no le interesaba ver a su único hijo inconsciente en la casa. Un día nos atrapó inhalando en el baño, fue la peor paliza que me he llevado en la vida. Le pedí a Mamá que nos fuéramos, y lo dejara de una vez, me había enterado que los negocios en Dinamarca estaban muy mal, y debíamos saber cómo estaba nuestro patrimonio, pero no me escuchó, dijo que yo era una mimada y que la disciplina me hacía falta.

Drogas & DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora