Catalina D'aggostino, odiosa adolescente de la elite Chilena, clasista y obsesionada con su peso, huye de su realidad acomodada y vida de excesos luego de enterarse de un asqueroso secreto en su familia.
En un viaje al fin del mundo Catalina de...
El Subarú Tribeca iba de camino al hospital, conducido por Catalina, mientras Ángel y el dueño del autoviajaban en el asiento de atrás.
Ángel usaba una larga chaqueta negra y un gorro del mismo color. Rick llevaba una chaquetagris, bufanda, y guantes negros; conjuntos apropiados para la Antártida. Catalina se había vestido con el único pantalón y sweater que poseía, más una chaqueta térmica –propiedad de Ricardo— de color rojo con negro, combinación que le parecía horrorosa. Si bien era cierto que Rick era capaz de llevar cualquier pedazo de tela en ese metro noventa y seis de cuerpo ¿Por qué comprar una combinación tan aburrida?
La rubia en el volante prefería pensar en trivialidades antes que concentrarse en la misión imposible que estaban a punto de ejecutar.
—Si me atraparan, o peor, ustedes alcancen el auto y vayan con Moro ¿Estamos? —Ángel hablaba con la voz que usaba para las presentaciones en la universidad, como si tuviera que convencer a una audiencia.
—Si hacéis lo mismo en caso de ser yo el que falte, es un trato. —Ricardo miraba por la ventana aun cuando prácticamente no se veía nada afuera. Era su forma de evitar a Ángel cuando esas promesas tenían que ser hechas. Catalina, que miraba a los dos hombres por el espejo retrovisor, dijo en voz alta.
—A mí no me van a dejar tirada los huevones. Los atormentaría cada noche que intenten dormir en esa pocilga donde viven. Ricardo explotó de risa y Ángel se sumó, Catalina comenzó a reír también pero ella hablaba muy en serio, la tarde más bien noche, no estaba como para perderse del grupo.
Afuera del hospital los mismos autos que Ricardo recordaba desde la última vez que estuvo ahí se encontraban en el lugar, incluso un convoy militar lo que le pareció una mala señal.
—¿Esperamos a que se vaya? —Preguntó Catalina sin detener el auto, Ángel contestó afirmativamente con el movimiento de su cabeza mientras el Subarú daba la vuelta al Hospital tratando de pasar inadvertido.
Alrededor de quince minutos después de haber llegado a su destino, los tres escucharon al convoy militar encender motores, avanzar entre la nieve, y desaparecer a la distancia. El plan se reanudo tácitamente entre los presentes, siendo Catalina quien debía comenzar con la primera parte.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Entréal hospital, luego de una fría caminata desde el auto a la puerta, y quitándome la nieve que caía como agua del cielo, me encontré mirando alrededor del hall en la espera de algún guardia o médico que me detuviera. El hospital era exactamente igual a la proyección 3D que Matías nos había mostrado en el computador, lo que alivió mis nervios.
—Hola, Soy Rachel ¿Buscas atención médica? —Me preguntó una mujer con los labios pintados muy rosados.
—No, para nada. Me preguntaba si sería posible que algunos de ustedes me contestara un cuestionario para el colegio, el colegio de Villa las Estrellas. —Me presenté tan mal que no me sorprendió la pregunta de la mujer que me recibía.