Capítulo 16. Cumpleaños

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Había pasado una semana desde mi arribo a la guarida. Vivir con tres hombres era bastante más difícil de lo que podía haber imaginado. Ningún interés en el aseo y orden de los lugares comunes, cero consideración con los tiempos de descanso de los otros. Tenía que preocuparme de hacer mi cama, si no cocinaba no comía –y aunque ese realmente no era un problema— Moro era el único que me preguntaba si había cenado cuando volvía de la oficina.

Había estado compartiendo los días con Ángel, que era extrañamente acogedor y relajado detrás de su constante garabateo. Probablemente era el efecto de sus brazos que parecían capaces de arrancar un árbol del suelo, o su habilidad para hacer crecer esa frondosa barba cada mañana. Me hacía pensar en un leñador esforzado y humilde. Todo en él era fácil y pasar mi tiempo conociéndolo me era una actividad agradable.

Ricardo me ignoraba mucho más que cuando pasábamos tiempo juntos por servicio comunitario. No quería tener nada que ver conmigo desde que realizaba mis rituales nocturnos. Cada noche, a las tres diez de la madrugada –en punto— mi cuerpo flotaba en el aire. Por una parte era bueno saber que mi peso no se había disparado tanto como para que los espíritus fueran incapaces de sostenerme levitando y por otro era terrible saber que Ricardo, aunque no lo admitiera, temía dormir a mi lado.
La primera noche que ocurrió, Ángel me llevó de vuelta a mi saco sin esperar que acabara el trance. La siguiente noche, mis tres compañeros de pieza hicieron de las tres diez un circo, casi lo esperaban con palomitas. Una parte de mi quería que nada ocurriera, de hecho, me dormí a la una am acurrucada en una esquina de la habitación. Al despertar en la mañana, Ángel me dijo que en cuanto fueron las tres diez, ni un minuto antes ni un minuto después, me puse de pie para levitar otra vez. Ellos observaron, tomaron nota —literalmente— y esperaron que la levitación acabara antes de volver a dormir. Al siguiente día, Ángel, nuevamente me despertó de golpe para contarme que Moro ni siquiera había logrado mantenerse despierto durante todo el espectáculo —así lo llamó, espectáculo— Ricardo fue el encargado de anotar los tiempos y cualquier movimiento que mi cuerpo hiciera. Las noches que vinieron después no tuvieron tanta audiencia; Ángel y Moro se habían acostumbrado a mi rutina, pero Ricardo continuaba levantándose conmigo a documentar el proceso, en parte, porque no era capaz de dormir sabiendo que yo podía estar merodeando la habitación en trance.


Era veintiuno de Febrero, mi primer cumpleaños sin fiesta, sin cena, sin regalos y sin atención alguna. Me levanté como todos los días, tomé un vaso de leche —que Matías había dejado listo para mí— entré a la ducha, sin mayores esperanzas para el día que continuar leyendo el libro de la bruja.
El proceso de lectura era agotador. No tenía nada que ver con algo que se me hiciera familiar, no era como enfrentarse al estudio de un texto de historia o a una novela, este era un grimoire según Ángel. No había coherencia ni desarrollo lineal en el grimoire pero al menos tenía imágenes. Aunque la mayoría de las anotaciones estaban hechas en Latín, pude reconocer a su vez, algunas inscripciones en francés, italiano e inglés. Distintos tipos de idiomas para distintos tipos de caligrafías. Algunas letras eran muy cursivas y pegadas a las otras, me gustaba mirarlas pero me complicaba leerlas. Agradecí mi entrenamiento en idiomas del mundo, de esa manera no era completamente inútil en el intento por darle sentido al libro. Yo continuaría llamándole el libro aunque a Ángel le molestara. Él no era un experto en las lenguas romances, al parecer había preferido aprender alemán y chino en el colegio internado al que había asistido, sin embargo, era él quien sacaba la mayoría de las conclusiones y yo me ofrecía para ponerlas en práctica.

—Hoy estás distraída ¿Qué te pasa? —Preguntó Ángel sentado muy cerca de mí, mientras estudiábamos el libro hoja por hoja y escribíamos los avances que hacíamos en una libreta negra de su propiedad.

Drogas & DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora