Capítulo 21. Día dos

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Matías Morovic tenía buenas noticias para su grupo de secuaces por lo que les esperaba de buen ánimo. Cuando escuchó la puerta de la cabaña abrirse, se puso de pie, esperó unos segundos y entonces vio a Catalina bajar al subterráneo. Le sonrió como siempre pero ella, al igual que Ángel, no compartíó su entusiasmo. Ricardo no venía con ellos.

—¿Dónde está? —Se apresuró a preguntar. Si su primo había muerto tenían que decírselo con todas las letras, era Ricardo quien insistía en que la peor estrategia de comunicación era asumir que el otro entendía el silencio y a Moro se había contagiado con esa política. —¡Digan algo! —Gritó Moro haciendo que Ángel reaccionara.

—Habían militares en el hospital, eran tres, tenía a dos bajo control pero un tercero nos disparó desde otra dirección. Tomé a Catalina y salí del lugar.

—¡Mierda, Ángel, dime si lo mataron!

—¡NO LO SÉ!— Gritó el aludido de vuelta.

 —Creo que le dispararon, Mati, pero él también estaba armado y es posible que lo haya logrado. —Dijo Catalina.

—¿Qué haya logrado qué? ¡No esperaron por él! ¡En qué estaban pensando!

 —Hicimos lo que acordamos, Moro, la situación era de alto riesgo. Prometimos salvarnos a tiempo sin mirar atrás.

—¡Quizás está muerto en la intemperie y es tu culpa por no esperarlo! —Gritó Moro a Ángel, como lo haría un niño pequeño cuya alma había sido desgarrada por primera vez. Catalina quería llorar pero el shock de haber perdido a Ricardo le impedía siquiera notar que esa era una reacción apropiada.

 —Vamos a encontrarlo. —Dijo Matías mirando a la rubia bruja. —Tú vas a encontrarlo. —Aclaró.

—¿Yo? ¿Quieres que volvamos al hospital? —Dijo Catalina, aprobando la idea mentalmente.

 —No, vas a hacer el trabajo para el que te contratamos.

Ángel escuchó a Moro y su cerebro se activó aún con el cansancio y el temor. Corrió en búsqueda del libro que Jamelia les había entregado y lo puso en medio de ellos en una página específica, entonces habló.

—Es el momento de completar el rito que leímos el miércoles. —Hizo una pausa para tragar saliva y comenzó a leer. —Libres, listos, habitantes del cielo, la tierra y debajo de la tierra. Aquellos gobernantes del sur, del norte, del este o de oeste, cualquiera que escuche a mi angustioso llamado, les convoco en el nombre de mi alma y sus profundidades, que al igual que mi cuerpo, es tan suya como mía. —Ángel pasaba por el rezo como si apenas pudiera soportarlo en su boca, como si cada frase saltara desde cuerdas vocales al exterior a la velocidad de la luz.

—No sirve cuando lo haces tú. —Moro detuvo a Ángel poniendo su mano en el pecho de él.

 —Pásame el libro. —Dijo Catalina, arrodillándose en el suelo. – Si recuerdo bien, este requería sangre, y yo no pondré de la mía, soy la única que puede comunicarse con los habitantes ¿Voluntarios? ¿Ángel?


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