Capítulo 37

187 13 20
                                    

-¡Thomas, despierta!

El grito consiguió despertarme de un sobresalto. Me levanté de golpe, sudando y desconcertado. ¿Dónde estaba? Miré al niño que se encontraba a mi lado y recordé todo. Estaba en el bosque con Daniel, habíamos pasado aquí la noche. Y como un fugaz recuerdo, se me pasó la escena de yo besando a Brooke por la noche en el bosque. ¿Había sido tan sólo un sueño? Parecía tan real... me lo había creído.

Seguía confuso, aunque hubiera sido tan sólo un sueño lo que había experimentado y sentido lo había hecho de verdad. En lo más profundo de mí, sabía que era cierto.

-¿Estás bien?- me preguntó el niño interrogándome con la cara. No debía de tener buena cara.

-Sí sí... vamos, no estamos muy lejos- dije restando importancia al asunto.

Volvimos a reanudar la marcha, pero en lo único en que podía pensar era en el sueño. ¿Qué me estaba pasando? ¿En que momento había perdido la cabeza? En que momento había empezado a sentir esto por Brooke...

Por mucho que me dijera a mí mismo que sólo había sido un sueño, no estaba del todo seguro. Soñé con ella hace dos noches, y lo que sentí entonces de alguna manera es diferente a lo de ahora. Todo lo que decía, pensaba, hacía... era como si yo lo hubiera elegido. Cada vez me sentía más confuso con este tema.

Pero para colmo, no recordaba nada más de aquella noche. Lo último que se me viene a la mente es... nuestro beso. Pero luego no consigo recordar nada. Es como aquella vez que estuve en la cabaña de Brooke y desperté directamente en mi cabaña. Era la misma sensación de no recordar nada del día anterior.

¡¿Pero si era un sueño por qué me afecta tanto?!

-¿Seguro que estás bien?- volvió a preguntar Daniel.

Le miré angustiado. Está situación me sobrepasaba, pero un chico de 15 años no lo entendería, todavía no. Me dolía la cabeza de tanto pensar, necesitaba relajarme.

-Vamos a parar 10 minutos. Tan sólo debe de quedar un kilómetro hasta llegar.

Me senté en el suelo y cerré los ojos para concentrarme en el sonido del bosque. Los pájaros, el viento, las hojas que se mecen de los árboles, el sonido del agua que fluye de un río cercano... cualquier cosa que no fueran mis pensamientos. Porque me conocía lo suficiente como para saber que si pensaba en lo sucedido me volvería loco.

Daniel se sentó a mi lado en la hierba. Antes de sentarse me miró de reojo con curiosidad y preocupación. Cuando pasaron un par de minutos en silencio, me di cuneta de que Daniel sujetaba algo en las manos.

-¿Qué es?- dije acercándome al objeto para poder verlo mejor.

-Es de mi madre, lo único que me queda de ella. Es su dedal, lo utilizaba siempre que tenía que coserme la ropa porque la rompía jugando.

Sus palabras arrastraban todo el dolor que llevaba dentro. Ese dedal, tan simple como su propio nombre indica, era lo único que le quedaba de su difunta madre. Es increíble como el objeto más insignificante puede adquirir tanta importancia, tanta hasta llegar a ser nuestro tesoro más preciado.

Daniel jugaba con el dedal entre sus dedos. Lo miraba con nostalgia, anhelando momentos que nunca volverían, pero que siempre podrá recordar. Momentos en que fue feliz.

De un momento a otro, su cara pasó de la seriedad al llanto. Seguía más afectado de lo que quería aparentar. En un gesto de empatía, le acerqué a mí y le abracé con delicadeza. El hundió su cabeza en mi hombro y poco a poco, fue calmándose. Cuando estuvo más tranquilo, le tendí las manos y nos pusimos de pie. Era hora de volver a la marcha, ya no quedaba nada para llegar al valle.

LOS MUNESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora