Capítulo 30

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A penas era visible, una figura entre las sombras, escondida en una esquina, de manera que no le podía ver la cara. A duras penas conseguí adivinar que se trataba de un chico. Puede que fuera por su postura, por su manera de apoyarse contra la pared, pero lo supe, y sabía que no estaba equivocado.

En cuanto conseguí sentarme y mantener el equilibrio, le miré fijamente donde suponía que estaban los ojos. Probé a desatarme otra vez, pero no hubo resultado. Con toda la rabia que estaba acumulando, escupí en el suelo, esperando que él lo hubiera visto, y comprendiera mi enfado.

-¿Quién eres?- dije a la vez que soltaba el escupitajo.

Pero si lo vio o me escuchó, no reaccionó de ninguna manera, hizo como si nada. Harto de esa actitud despreocupada y misteriosa- porque todavía no sabía quien era- formulé la pregunta que tanto me estaba rondando por la cabeza:

-¿Qué quieres de mí?

Al parecer, eso sí debió de escucharlo, ya que se movió. Se separó lentamente de la pared y metió sus manos en los bolsillos. Entonces dio un paso adelante, lo suficiente para que la luz llegara a su rostro y quedara al descubierto.

Era calvo. Tenía unas cicatrices por la cara que le daban un aspecto más agresivo. Sin duda imponía. Era alto y grande. Sus ojos pequeños y marrones me miraban fijamente. Debía de tener más de 40 años, pero esto de las edades no se me da muy bien.

Su cara me resultaba familiar, pero no conseguía adivinar de qué. En el valle nunca antes le había visto. Debía de ser alguien de fuera.

Entonces, una repentina idea se me cruzó por la cabeza. Y con más esperanza que rabia, le pregunté:

-¿Está aquí Brenda?

Al chico le debió parecer un comentario gracioso, puesto que dibujó una amplia sonrisa en su rostro. Me entraron escalofríos solo con ver lo maligna que podía llegar a ser una sonrisa.

Pero por mucho que quisiera levantarme y tirarlo contra el suelo hasta que respondiera a alguna de mis preguntas, seguía en minoría. Y por lo que pude observar, lo que sujetaba en la mano derecha era un arma.

Volví a agitarme para deshacerme de las cuerdas, lo intenté con todas mis fuerzas. Notaba como el roce iba creando una herida que comenzaba a sangrar. Me dolía, y mucho. Pero tenía que salir de allí, tenía que intentarlo.

-Déjalo ya, te vas a hacer daño- sonó la voz del chico por primera vez, y otra vez me seguía resultando familiar. Pero, ¿de qué?

-¿Quién eres?- volví a formular la pregunta del principio esperando que está vez tuviera una respuesta.

-Eso no importa.

-Entonces, ¿qué quieres de mí? No puedes traerme a esta cabaña, atarme y esperar que no haga preguntas. Haberme tapado la boca también.

-Pues sí, eso debería haber hecho- sonó amenazador-. Pero antes necesitaba comprobar una cosa.

-¿El qué?- dije harto de su tono de voz tan indiferente e irritante. Sólo quería darle un puñetazo en toda la cara para quitarle esa sonrisa.

-Ya lo he comprobado, así que no necesitas hablar más- y en cuanto dijo esto se abalanzó sobre mí y con una cinta me tapó bruscamente la boca.

Ahora sí, por mucho que gritara o me agitara él no hizo nada. Volvió a su esquina y se quedó quieto observando como intentaba desatarme de todos mis agarres. Parecía que disfrutaba de verme en esta situación. Estaba empezando a odiarlo de verdad.

Después de muchos intentos, me resigné y me tumbé en la cama. Estaba agotado de tanto esfuerzo, necesitaba descansar un rato. Cuando se me estaban cerrando los ojos, me di cuenta de que el chico estaba saliendo por la puerta, pero no tuve la fuerza suficiente para ver que pasaba.

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