Maldito karma

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Dime,

dime bien alto para que te oiga bien.

Dilo otra vez.

Ármate de valor suficiente para hacerlo.

Repítelo,

dudo que seas capaz de formar una frase

con el valor que todavía mantienes.

Sigue...

No eres capaz de seguir.

Intenta decirlo otra vez.

No puedes.

Ni una sola palabra.

Nada.

Sé que no puedes.

Sé que esperas un milagro para hacerlo

y dejarme mal.

Pero sé que realmente la fuerza manda.

Sé que los puños siquiera te dejan abrir la boca,

y que te ahogas en llantos,

saliva y sangre.

Levántate.

Obliga a tus rodillas,

a esos huesos torcidos,

que se pongan rectos,

que se levanten,

para que ganes altura,

para hacerte más grande que yo,

pero no puedes.

Mira;

mira por el ojo que mantienes a salvo,

al contrario del morado e hinchado.

Obsérvame,

con detenimiento,

calcula en cuantos kilos te gano,

en músculos y fuerza de voluntad.

Mírame,

soy tu enemigo,

el que ha ganado la batalla

y también la guerra,

y probablemente incluso la vida, tu vida.


En un pasado,

era ése,

el que se pasaba la vida arrinconado,

el que no tenía más que huesos en su pequeño puño.

Sin fuerza,

que aún se quedaba con menos después de un día del cole.

Que no encajaba,

porque un lado de él estaba tan chamuscado,

que la imagen del puzzle no podía ser como debería ser.

Al final,

sin la pieza podían sobrevivir,

y quedaba en la caja.

¡Qué digo en la caja!

En el suelo.

Debajo del sofá,

junto a las zapatillas de tu padre.

Y terminaba domingo.

Las lágrimas me pegaban,

y me dolía,

hasta tal punto de prohibírmelos.

Y me dejaba golpear,

dejar de sentir la visión,

el estómago,

las ganas de vivir.

Algún día me vengaré, dije.

Y estoy cumpliendo,

fielmente,

mi promesa.


He aquí,

la historia de un imbécil,

que consiguió ser el dichoso karma,

ése,

el que hace que los malos no tengan un buen final.

Rozando lo AbsurdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora