31. La tormenta deja de llorar

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Mi cuerpo se quedó helado

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Mi cuerpo se quedó helado.

Paula estaba en el suelo tras mi espalda cubriendo su rostro con una mano.

Mi mano sujetaba el arma débilmente.

La lluvia limpiaba la sangre que se había derramado sobre mi piel.

El cuerpo sin vida de Mathew estaba postrado a mis pies.

Él mismo había conseguido sus propósitos, aunque no de la mejor forma. Todo el sufrimiento que habían acumulado a lo largo de los años se había borrado para siempre.

Miré a los cielos que habían dejado de rugir disminuyendo la intensidad de la lluvia, como aquel al que no le quedan más lágrimas que llorar.

«El pequeño Mathew estaba enfadado con esta isla»

Una idea pasó por mi mente al comprobar que la tormenta pasaba y se recuperaba la calma.

— Ayúdame, Paula — le pedí tendiendo mi mano para ayudarla a levantarse —. Tenemos que hacer una última cosa por este hombre.

Me miró con ojos de incertidumbre, sin comprender mis palabras. Pero actuó con rapidez al descubrir mis intenciones.

—Este hombre ha pasado la mayor parte de su vida intentando ayudar a su mujer — dije agarrando el cuerpo sin vida de Mathew —. Aunque no fuera la mejor metodología, sus intenciones eran buenas.

Paula y yo acercamos el cadáver al acantilado y nos dispusimos a dejarlo caer para que estuviera junto al de su mujer. Las olas no tardaron en engullirlo.

Miramos al cielo, donde los primeros rayos de luz comenzaron a filtrarse entre las nubes.

  «La familia ya está reunida».

Miré a Paula agarrándola por las manos.

—Ya se ha acabado todo. Te prometí que estaríamos juntos por siempre — intenté traer la calma entre nosotros dibujando una frágil sonrisa en mis labios.

—Eso ya lo sabía —respondió devolviéndome la sonrisa —. Y fue aquí mismo donde me lo prometiste.

Los dos desviamos la mirada al horizonte de aguas infinitas.

Giré mi rostro y contemplé de nuevo la belleza de aquella chica que lo era todo para mi.

La felicidad renacía en mi interior al contemplar el brillo de sus ojos observando el infinito.

Ella era consciente de que la observaba y disimulaba. Yo sabía que era una de las cosas que le gustaba que hiciese y nunca me cansaré de hacerlo.

Pero esta vez quise centrar su atención en mi, desviando su mirada del horizonte a la verticalidad de mi rostro.

—Te amo — le dediqué unas palabras acariciando la delicada piel de sus mejillas.

— No más que yo a ti —respondió ella.

Acerqué mi rostro al suyo hasta unir nuestras frentes, considerando un largo trecho el poco espacio que había entre nuestros labios, cuando, de repente, una silueta que corría por las sombras interrumpió la magia del momento.

Por un momento creí ver a la muerte que se acercaba, recordando nuestro trato, y quería cobrarse la deuda.

La muy lista había enviado a uno de sus demonios para llevarse mi alma disfrazado de hombre con el nombre de Tomás.

Había llegado el momento.

Había llegado el momento

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De vuelta [Terminada]✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora