12. Invitado

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    La sensación sabía a derrota

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La sensación sabía a derrota. El no haber sacado información al desconocido y al haber perdido su rastro, le hacía perder un tiempo valioso.

La frase rebotaba dentro su cabeza como un salvapantallas de ordenador «ya no sentirá lo mismo por ti». ¿A qué se refería? ¿Qué sentido tenía esa frase? Aunque nada de la conversación tenía sentido.

Analizó todo lo que tenía hasta ahora: el padre de Paula escondido por la isla con una enfermera, mentirosa, mucho más joven que él; un desconocido con una cicatriz en la cabeza carente de sentido común; un teléfono sin línea que conectaba con otras casas; un policía indispuesto a cooperar; y una tormenta que amenazaba con borrar todo rastro que pudiera haber en la isla. Por último, recordó la fotografía que encontró imantada en la nevera y entró a la casa para recogerla. Era una imagen extraña y podría ser una pista para desmentir la aventura de Robert con Elsa, además de descubrir el vínculo que había entre ellos y lo que tramaban en esta historia. Por otro lado estaba el tercer hombre que aparecía en la foto, el cual parecía tener un rango importante entre las personas que aparecían en la imagen. ¿Quién sería éste hombre que vestía de traje y corbata? Quizás él tuviera las respuestas a muchas de las preguntas ya planteadas. O tal vez supiera del paradero de Paula al estar relacionado con su padre.

El siguiente paso debía plantearse pronto pero con cautela. Se formaban dos vertientes en sus ideas: O buscaba a Robert y Elsa por la isla, o se colaba en la casa del desconocido con la posibilidad de encontrarlo allí o encontrar alguna pista. La segunda opción pareció tener más peso, por lo que se dirigió hacia la casa que solía albergar a turistas que visitaban la isla por un corto periodo de tiempo.

La puerta principal estaba abierta, cosa que agradeció. Podía ser que el residente estuviera dentro así que indagó con cuidado. No se escuchaba nada en el interior y las luces estaban apagadas. Cruzó el salón a oscuras. Lamentaba no tener una linterna con la que guiarse. Entró en la cocina con la intención de armarse con un cuchillo. No volvería a fallar otra vez. Estaba hecha un desastre. Había latas de comida por todas partes y los platos en el fregadero esperando a ser limpiados. Allí no encontró nada que le sirviera en la investigación, por lo que decidió subir al dormitorio. Ascendió lentamente peldaño a peldaño, evitando hacer ruido. Quizás lo encontrara allí. La primera vez fue sorprendido, pero ahora él poseía el factor sorpresa. La puerta estaba entreabierta y del interior no surgió ningún sonido. Con una mano aferraba el cuchillo y con la otra empujó levemente la puerta para ver el interior. La recámara estaba vacía. Observó a su alrededor, incluso detrás de la puerta para confirmar que se encontraba solo. Entró en un cuarto de baño anexo. Al sentirse seguro decidió encender la luz y la imagen impactó de lleno en sus emociones. Había mucha sangre. El lavabo estaba repleto de gasas usadas. Recordó la cicatriz que tenía en la cabeza. «¿Cómo se la habría hecho?» Inspeccionó la sangre que resultó ser algún líquido cicatrizante, cuyo recipiente yacía en una papelera. Estaba por todos lados, incluso en el espejo. La herida debía de ser reciente. «¿Por qué se la estaría curando él mismo teniendo una enfermera tan cerca?»

Salió del baño y encendió una lampara que había en una mesita junto a la cama que ofreció una tenue luz a la habitación, suficiente para hacer un reconocimiento al entorno. Lo primero que vio fue una mochila a los pies de la cama que no dudó en vaciar el contenido sobre ella. Una cartera; un folleto de la isla; una camiseta; un teléfono móvil; un paquete de tabaco vacío; y una tarjeta. Muy poco equipaje para un turista que viene a pasar unos días en la isla. Se acercó al armario para comprobar si había más ropa o alguna maleta que mostrara el tiempo que pretendía quedarse. No encontró nada. «Un mochilero». Esa idea se le formó al pensar que no tenía equipaje para ir de vacaciones. Abrió la cartera. En ella había un par de billetes y un carnet de identidad. «Tomás Rodríguez. Treinta y dos años». Ya dejó de ser un desconocido. Ahora tenía que descubrir a qué había venido. Cogió el folleto de la isla. Solo mostraba información sobre ésta, acompañada de alguna fotografía del paisaje. Lo dejó sobre la colcha e inspeccionó la tarjeta que acompañaba al contenido. Era una invitación a pasar unos días en la pequeña isla. Sin límite de noches. Ofrecía tranquilidad y nuevas experiencias. Y todo totalmente gratis. Aquella invitación parecía extraña. ¿Quién se iba a tomar las molestias de invitar a un desconocido a la isla? Y además a gastos pagados. En el reverso había un número de teléfono anotado a mano. Jim pensó que encontraría las respuestas al otro lado de esa línea, y cogió el teléfono móvil para llamar. No le sorprendió encontrarse sin línea, lo que le hizo plantearse la idea de la falta de cobertura de la isla teniendo cerca la ciudad. Aprovechó para husmear entre las fotos. Nada interesante. Casi todas las fotos eran selfies de sí mismo mostrando algún lugar interesante. Ningún familiar... Ninguna chica... «Qué tío más raro». Jim se percató de que en todas las fotos salía con pelo. En ninguna se mostraba con su cabeza rasurada. Buscó la fecha de la última foto. Era de hace varias semanas. «Qué raro. ¿Vienes a una isla y lo primero que haces es raparte la cabeza?»

Historial de llamadas. El teléfono encontrado tras la invitación aparecía allí, realizada hace una semana. No se realizaron más llamadas desde entonces.

Dejó el teléfono y volvió a rastrear la habitación. Reparó en una cámara de fotos posada en otra mesita junto a la cama. «¿Fotógrafo? ¿Periodista?»La inspeccionó. Solo encontró fotografías de la isla, paisajes, casas, el acantilado y el faro. Muchas del faro y ninguna de personas. Buenas fotos, la verdad, pero no aportaban nada útil.

De repente observó algo en una de las fotos y buscó el botón del zoom para ampliar la imagen. En una imagen del faro pudo apreciar la silueta de una persona en lo más alto, pero lamentablemente no se podía reconocer a quien pertenecía. Le hizo recordar lo que dijo Tomás sobre el ojo que todo lo ve. Desde allí se podía ver toda la isla. Y alguien estaba allí observando.

Por otro lado, si aquel extraño afirmaba que desde allí se veía todo... ¿Por qué no había ninguna foto panorámica de la isla? Desde allí se podrían hacer buenas fotos. ¿Habría estado en el faro con otra intención que no fuera la de tomar fotos?

Por fin una pista con un lugar concreto. Debería actuar deprisa antes de que la noche se cebara con la vida de Paula.

Además, debería descubrir por qué y quién había invitado a ese chico a venir a la isla y por qué aún seguía aquí.

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De vuelta [Terminada]✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora