2.Desaparecida

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    Esa tarde hizo mucho calor

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Esa tarde hizo mucho calor. Si hubiera lanzado un trozo de hielo al aire no hubiera tocado el suelo en estado sólido. El sudor recorría mi rostro mientras esperaba a que llegase. Habíamos quedado donde siempre pero ya llegaba 20 minutos tarde, y eso no era normal en ella. La puntualidad era algo que ella respetaba al límite.

Agité con fuerza mi sombrero de vaquero intentando llevar algo de aire a mi rostro. Me gustaba mucho ese regalo. El paisaje de la isla coincidía con el de una película de vaqueros y ese sombrero me venía idóneo. Me lo regaló un día que decidimos irnos a pasear por la isla para sacar unas bonitas panorámicas.

No solía preocuparme pero ese pequeño detalle alteraba la sangre que recorrían mis venas. Ella no falló nunca a una cita y menos hubiera llegado tarde.

Me entretuve los siguientes 30 minutos pensando cuáles serían los motivos de su retraso. Inventé alguna pequeña regañina para cuando llegara y restar así importancia a mis nervios.

Pero eso no fue nada comparado a lo que sentía cuando el reloj pasaba de las dos horas. Entre que eso no era habitual y mis nervios se confundían con enfado, mi estado de ánimo descendía en picado.

«¿Dónde te has metido? » pensé mirando a lo lejos.

La isla no era muy grande y casi podía verse el otro extremo. Si alguien se acercaba podría verse llegar desde muy lejos.

Si hay algo peor que hacer esperar a alguien es ser el que está esperando.

El sol se inclinaba hacia el horizonte en busca de un lugar donde esconderse. Su jornada de trabajo estaba a punto de acabar dando paso a una profunda oscuridad.

No fue hasta ver el sol bañarse en la línea del horizonte pintando el paisaje de tonos hermosos cuando decidí ir a buscarla.

Me sentía como madre preocupada que espera a su hijo tras una noche de fiesta. No descansas hasta ver su rostro entrar por la puerta de casa.

Deposité el sombrero sobre una piedra para advertirle que había estado allí y abandoné el lugar donde habíamos quedado esa tarde y otras tantas. Era una casa deshabitada y en ruinas. Allí nos escapábamos para hablar o simplemente para descansar.

Tardé menos de cinco minutos en dejar la casa abandonada tras mi espalda y llegar hasta donde ella vivía con su padre. Llamé a la puerta y pronto apareció tras ella la figura de ese hombre desmejorado por la edad y las circunstancias que le habían llevado a tener que instalarse allí sólo, con la única esperanza de que su preciosa hija encuentre un hueco en su agenda y le haga una visita.

—¿Qué te trae por aquí?—preguntó sin soltar la manivela de la puerta con la intención de volver a cerrarla tan pronto como la había abierto.

—Vengo a buscar a su hija —contesté sin mostrar a penas mi preocupación.

—Pues aquí no la vas a encontrar—comenzó a cerrar la puerta conforme acababa la frase—. Salió esta mañana y aun no ha vuelto.

Y cerró la puerta dejándome con la palabra en la boca. Pero el golpe que dio al cerrar no fue tan fuerte como el que sintió mi corazón al pensar que ella estaba desaparecida.


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De vuelta [Terminada]✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora