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Con un golpe seco, consiguió que sus ojos se volviesen como la nieve. Mientras mi corazón se aceleraba, el suyo se detenía. Intenté correr hacia ella y salvarla, pero mis piernas no me correspondían y se doblaron, haciendo que cayese sin manos. Cuando conseguí levantar la cara de la tierra, la vi colgando de un puñal. Le habían quitado su ropa y le habían puesto un camisón blanco. Habían soltado su pelo trenzado y la muerte había dejado en su cara un rostro de dolor similar al blanco de sus ojos. Su apariencia de fantasma me revolvió las entrañas  y me empezaron a llorar los ojos. Contemplé con horror que nos habían trasladado a una habitación en penumbra. Solo estábamos ella y yo. Me costaba la vida mirarla. El camisón sucio estaba empapado de un color escarlata que, supuse, sería la sangre que había salido de ese corazón al que últimamente le costaba tanto trabajo seguir latiendo. Ese corazón que ahora estaba atravesado por un puñal de pobre empuñadura. Solté una histérica carcajada al descubrir que había sido asesinada por gente de clase baja. Me levanté sintiendo dolorido hasta el último de mis huesos. Cuando me acerqué, vislumbré lo que era una cuerda alrededor de su esbelto cuello. Colgaba del techo y su pelo se confundía con la cuerda. Me fijé en las facciones de su cara, como si antes  de que ese maldito puñal le quitase la vida hubiese intentado decir algo. Me entristeció sobre manera que no hubiese podido llegar a decir lo que aún tenía en la comisura de los labios. Me acerqué aún más y pude oler la muerte.  Alcé mi mano derecha y una sacudida brotó de mi cuerpo. Saboreé sus labios a través de mis dedos, y descubrí con asombro que no podía parar de llorar. De repente, un quejido quejumbroso salió de la portezuela de madera envejecida. Asomó entonces bruscamente un pedazo de pan que, al caer al suelo, sonó similar a una piedra. Para cuando fui acercarme para preguntar el motivo de aquella mi "visita", la puerta ya se había vuelto a cerrar haciendo que los goznes emitiesen un ruido ensordecedor. Alargué mi mano hasta el pedrusco de pan y, mientras lo roía, me acerqué al cadáver y me dormí junto a ella.
Cuando abrí los ojos, me encontraba en una habitación distinta. La misma puerta quejumbrosa, mismas paredes grises sucias, misma habitación en penumbra. Pero el cadáver no estaba en esta. Intenté abrir la puerta, pero una fuerte descarga me recorrió todo el cuerpo, haciendo que diese un salto hacia atrás. Tras mi penoso intento de fuga, me acerqué lentamente a la pared en la que en la otra habitación estaría el cadáver. Cuando toqué el suelo con las rodillas, me dejé caer hasta sentarme. Pero cuando fui a apoyar mi cuerpo en la sucia pared, esta se dobló como un telón de teatro y caí hacia atrás, entre telas. Cuando abrí los ojos, los pies de la persona que estaba ahora muerta se balanceaban a escasos centímetros de mi cara. Contemplé con asombro que estaba tras una falsa pared, de tela. La estancia en la que me encontraba apenas era un cuarto de la habitación inicial, y no poseía siquiera puerta o ventana de comunicación al exterior. Tan solo esa cortina que tan bien parecía una sucia pared. De pronto, escuché el chirriar de los goznes y a lo que me pareció polaco gritando algo. De nuevo, tras un portazo, todo en silencio. Pronto concluí que lo que habían gritado era algo similar a mi huída, y que, seguramente, ahora estarían todos como locos buscándome. Intenté recomponer mis pensamientos y saber cómo era posible que aquella falsa pared estuviese allí y no se les hubiese ocurrido mirar tras de ella. Entonces, caí en la cuenta que, realmente, aquel telón no lo habían puesto los que habían matado a Marina ni los que estaban buscándome. Lo había colocado alguien allí para ayudarme, para salvarme. Salí del resguardo del telón y acudí cautelosa a la puerta. Temerosa, alcé la mano para comprobar si la puerta seguí electrificada. Por suerte, cuando la madera astillada tocó apenas las yemas de mis dedos, ninguna corriente eléctrica me recorrió el cuerpo. Intenté abrir la puerta, pero escuché ruido al otro lado y corrí al telón a acurrucarme en una esquina; mirando la puerta, a pesar de que la falsa pared no me lo permitía. Aguardé al acecho, esperando que de un momento a otro, fuesen a derribar el telón y me fuesen a dejar clavado en el sitio a ametrallazos. Después de un tiempo que a mí me pareció eterno, mirando sin parar al cadáver ahorcado, dejé de escuchar ruido y salí del seguro del telón, algo fatigada. Volví a acercarme a la puerta y pegué el oído a ella. No escuché nada. Crucé la habitación corriendo y me encaramé al marco de la mini ventana. Me aupé con unas fuerzas sacadas de las ganas de salir. Cuando por fin pude mirar al exterior, la luz me cegó pero tras unos segundos, pude distinguir lo que me parecían cientos de policías corriendo y gritando como histéricos. Decidí que era ahora o nunca, así que corrí hacia la puerta y la abrí de un portazo con el pie. Por suerte, en el pasillo no había nadie, por lo que corrí como alma llevada por el diablo. Me perdí un par de veces, pero conseguí encontrar un gran camión con basura y me metí en él. Después de muchos baches, sentí que me volcaban y noté el duro asfalto chocando con mi hombro. Esperé y, tras un rato que me pareció eterno (por no decir vomitivo) en el que intenté que no me descubriesen, salí. Me encontré en un vertedero, a las afueras de una ciudad. Corrí hacia ella, y ahora, meses después, estoy escribiendo esto. Lo único que realmente me dejó una marca profunda, fue haber tenido que dejar el cadáver de Marina en esa sucia habitación.

Mis pensamientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora