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Lo vi en la sección de congelados.
Por un momento pensé que tanto fresquito me había nublado la razón, y que todo se debía al cambio de tempoeratura. Así que, tras pasado el susto inicial, seguí haciendo la compra con mi padre.
Normalmente la hacía mi madre, y no necesitaba ayuda, pero cada vez se sentía peor y había días en los que los efectos de la quimioterapia no le permitían hacer vida normal. Por eso, esos días, mi padre y yo éramos los encargados de hacer la compra y cocinar; y mi hermano, de 21 años, de limpiar la casa.
  - ¿Qué era lo que había que coger de aquí, Al? - me preguntó mi padre, como siempre.
Sinceramente, aún no entendía cómo a mamá se le ocurrió la brillante idea de oner al más desmemoriado de la casa haciendo una cosa que ella hacía de memoria.
  - Lo sabrías si mirases la lista. - le respondí, sabiendo lo que me contestaría.
  - Es que... - dijo palpándose en todos lados, como si fuese a tener la lista de la compra pegada al cuerpo - no sé dónde la he dejado.
Solté una carcajada y cogí un paquete de guisantes congelados. Los eché en la bolsa diciendo:
  - Ensaladilla, ¿recuerdas?
Pero mi padre ya estaba pensando en lo próximo de la lista y asintió distraído.
Sacudí la cabeza y seguí avanzando por el pasillo.

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