Alicia

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Se llamaba Alicia y tenía el pelo más bonito que hubiese visto en la vida. Y eso que era peluquera.

20-02-2018
12:00

Apareció un día por mi peluqiería, con su suéter rosa y sus vaqueros negros, con una sonrisa espléndida en la cara. Saludó enérgicamente y se acercó con paso decidido al mostrador vacío, esprando que la atendiesen. Mis tres empleadas y yo nos miramos esprando a que una dejase su trabajo y fuese con esa bonita chica que acababa de entrar como iluminándolo todo. Tras unos cuantos de gestos incomprensibles, dejé de lavarle el pelo a la señora que parloteaba en voz alta en mi sillón, sin preocuparse por si alguien la escuchaba o no, y fui al encuentro de la chica. Ya detrás del mostrador, la miré por primera vez a los ojos y me encontré con dos esferas del color del cielo. Literalmente, sus ojos no eran más oscuros que una mañana de julio. Le sonreí algo avergonzada por haberla mirado tan fíjamente, y ella me devolvió la sonrisa. Me fijé en el piercing que llevaba en el frenillo y en lo tan maravillosamente bien que le quedaba a su sonrisa, y le pregunté en qué podía ayudarla, si buscaba un corte de pelo, o un baño de color... Pero me cortó y con otra sonrisa encantadora me dijo que buscaba trabajo, y que había pasado por la peluquería por si necesitábamos dependienta.

Me callé y la observé. No la necesitábamos urgentemente, a decir verdad, pero una ayuda en la peluquería no vendría mal. Así que le dije que sí, confiando en que su magnífico pelo castaño fuese el preludio de una buena inversión por nuestra parte. Al oírme se le iluminó la cara e, inmediatamente, me peguntó cuándo empezaba. Me lo pensé y le dije que se fuese y volviese después de las 9:00, cuando ya hubiésemos cerrado.

Asintió y se fue dejando un olor a azahar en la peluquería, y yo volví con la señora del pelo a medio lavar, que seguía exactamente en el mismo punto de la conversación en el que la había dejado.

9:10

Escuché un par de suaves golpes en la puerta de la tienda y me giré con la escoba en la mano. Allí estaba ella, detrás del cristal y aún sonriente. Con la luz ya apagada, me acerqué a la puerta intentado no tropezar con nada, y le abrí. Me saludó con una sonrisa y entró. Yo le pedí perdón por el desorden, y cuando hube acabado de limpiar y recoger, me senté junto a ella en los sofás de espera.

Le miré y al sonreírle, me devolvió la sonrisa. Pensé que si finalmente la contrataba, mi mayor cometido sería hacerla sonreír a todas horas, porque verdaderamente merecía la pena. Le pregunté su nombre, su edad, lo que había estudiado y lo que le gustaba hacer y no hacer en su tiempo libre, y le prometí leerme su currículum en cuanto llegase a mi casa.

Me dijo que se llamaba Alicia Aranda Ugarte, que su padre era de Málaga, y su madre de San Sebastián, que se conocieron hacía 25 años en Valencia y que se enamoraron perdidamente. Ella tenía 23. Había estudiado periodismo, por vocación, decía, pero siempre le había gustado cuidarse el pelo y probar nuevos peinados. Ahora que buscaba trabajo y nada le salía, me había encontrado. En su tiempo libre "vagueaba", pero también adoraba pasear por las palayas y jugar al bádminton. Odiaba las lentejas, era alérgica a las medusas y no soportaba el fútbol.

Me sorprendió descubrir que a penas tenía dos años menos que yo. Hice como si me pensase el contratarla o no, y ella se rió y me empujó de broma en el hombre. Bromeamos un poco, entre risas y carcajadas, y al final le dije que se preparase para mañana.

Alicia entraría en mi vida un miércoles a las 9:00 de la mañana.

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