Valeria

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Hoy hace un año que empecé a preparar esta carta. Esta carta para ti, Miguel. Y para nadie más. Pero no sólo he preparado esta carta. Lo he preparado todo. El "imprevisto" que te ha surgido, los 5 tuppers con comida que hay en la nevera, para estos días tan duros, las pastillas tiradas por el retrete, los cuchillos bajo llave. ¿Para qué, dirás? Para que tú no cometas ninguna locura. Sí, sé que me odias por decirte esto, después de suicidarme, pero tú tienes una vida feliz. No te la cargues.

Miguel, vas a llegar del trabajo enfadado y confundido. ¿Qué famoso inoportuno ha tocado hoy y te requiere como chófer el día de nuestro cuarto aniversario? Palma, Miguel, la ilusa de Palma, que recibió un correo anónimo que le decía que habría un famoso evento este día. La misma que creyó que le estaba totalmente prohibido contarle nada a nadie hasta media hora antes. Siento haber hecho que te enfades y que hayas tenido que soportar el enfado de la imbécil de Palma. Total, estoy muerta, puedo llamarla imbécil.

Hoy, Miguel, voy a decirte todo lo que no te había dicho nunca. Cosas tan insignificantes que pensarás que no tienen sentido mis soluciones, y otras tan grandes que llorarás por no haberme entendido antes.

Soy huérfana. Huérfana de padre, madre, hermana y abuelos. Incluso perdí al perro y al gato aquella noche. Era Nochebuena y toda mi familia se reunía. Ellos eran toda mi familia. De pronto, de vete tú a saber donde, una chispa saltó sobre el mantel. Todos enmudecimos y nos petrificamos. Fue solo un segundo, lo juro, pero todo ardió. El mantel, las cortinas, el sofá, las mantas, la ropa... Todo ardía y todo tan rápido, que no pudimos hacer nada. A mi me encontraron en el tejado de la casa, agarrada a la veleta y con una hipotermia grave. El resto te lo imaginas. Tenía 8 años. Ese día se acabó mi infancia. Poco después, me fui a vivir con mis vecinos, que tenían un hijo de 3 años. Tú. También adoptado. El resto también lo sabes.

Ahora te estarás preguntando por qué nunca te lo conté, y que por qué lo estoy haciendo ahora. Pues bien, mi amor, te lo cuento porque quiero que me recuerdes como la persona que soy, no como la que creíais que era.

A los 18 años fui a estudiar Historia, como querían mamá y papá, pero realmente me metí en la carrera de periodismo. Estuve 4 años engañándolos. Por entonces tú tenías ya 13 años, y papá y mamá habián adoptado a la pequeña Lucía, de 5 añitos, hacía tiempo. Qué buenos padres de acogida fueron siempre... A lo que iba. Tú todavía ibas al instituto, y ni siquiera me recordabas. No sabías que me hice un piercing en el pezón que muchos años después me quité. Que probé las drogas. Que fumo. Sí, en presente. Y sí, soy una persona llena de hipocresía por haberte obligado a dejar de fumar. Perdóname eso también.

Por aquel entonces vi de todo, y cuando papá y mamá murieron en el accidente de avión, decidí volver a cambiarme de carrera. Bellas Artes.  Pasé siete años de mi vida siendo una hippy de revista, fumando de todo y viviendo desnuda en una playa casi paradisíaca. Sé que todo esto te choca mucho con la idea que tenías de mí: una chica elegante,recta, sin expresión facial, futura jefa de una de las empresas más prestigiosas del continente... Pues esa no era yo. Y no es que tuviese una hermana gemela (eso ya hubiese sido demasiado), si no que era una Valeria gris. Una Valeria que vivió el luto de su familia más de 20 años después.

Tuve un hijo, Miguel. Y lo quise más que nada los 3 meses que estuvo con vida. Nació con una enfermedad rara con un nombre tan complicado como su futuro. Mi pequeño Diego... Lo echo de menos. Mucho. Siempre.

Después de su muerte, con tan solo 25 años, decidí hacerme lesbiana. Qué gracia. Como si eso se eligiese...  Puta hippy... En fin, 4 años después de haber pasado por las camas de todas las mujeres valientes y aventureras que encontré, decidí que ya estaba bien. Se acabó el estar dando tumbos de aquí para allá.  Y volví a casa. Tú estabas instalado en la que fue mi primera casa. Recuerdo que te vi y pensé: "Esta es tu nueva vida, Valeria, te toca". Al principio no me reconociste, pero entonces sonreí y tu cara cambió. "Nunca olvidaría tu sonrisa", me dijiste después de darme un abrazo tan apretado en el que ni siquiera había hueco para mí. Me hiciste pasar a tu casa, y yo tuve que hacer un esfuerzo por no imaginarme a mi familia en cada rincón, a mis padres sentados en el sofá jugando con un Diego que ya andaría, a mi hermana pintándome las uñas de colores estrambóticos, Charly y Logan comiendo de sus cuencos... Estuve a punto de desmoronarme, pero sobreviví.

A partir de ese día, juré no acercarme a ti o a la casa. Pero me salió mal la jugada. Trabajabas en la misma empresa en la que encontré a duras penas un trabajo de secretaria. Nunca había pensado hasta ahora que tú hubieses tenido algo que ver. Espero que no... Pero yo te lo perdonaría.

Tenía que verte día sí y día también. Y me enamoré de ti. ¿Cómo no hacerlo? Tenías una vida tan buena como estable. Tan envidiable... Y tenías tan pocos defectos... Qué pena que en todo lo malo, yo equilibrase la balanza. Milagrosamente, tú también te enamoraste de mí, me dijiste después. Te enamoraste de mí sin conocer a la verdadera Valeria. A la que odiaba los kiwis y las sandalias de esparto. A la que había perdido la virginidad en una réplica de la furgoneta de Scooby Doo. A la que prefería cantar a bailar. A la de los sentimientos podridos. Empezamos a salir, como era inevitable, claro. Y yo decidí autoconvencerme de que tenía que ser feliz contigo, por ti.

Hace un año, desperté de golpe de esa mentira. No era feliz y nunca lo sería. Y tú no tenías nada que ver. Era yo. Mis consecuencias y mis actos. Mi pasado, presente y futuro. Todo lo que me había rodeado desde el día que nací y que no podía cambiar. Estaba embarazada, mi amor. Otra vez. Fue la pesadilla más larga que tuve.

Sé que estás pensando que no te salen las cuentas, que ni vivimos con un pequeño de 3 meses en casa ni estoy embarazada. No, Miguel. No. Esperé. No sabía si quería que aquello fuese real o no. Por una parte, deseaba con toda mi alma que la llegada de un hijo me devolviese las ganas de vivir la vida, junto a vosotros dos; pero por la otra, me aterraba la idea de no lograrlo, y destrozaros la vida. Sé que no es justo, pensarás, porque ya te consideras demolido con esta carta. Pero no podía hacerle lo mismo a mi hijo, entiéndelo.

Me gustaría pensar que fue suerte, pero aún me duele: lo perdí. Fue un aborto natural mucho antes de que se me notase siquiera. El destino o la casualidad hizo que coincidiera con tu viaje por trabajo a Malta, con Pepi. Y menos mal. Si me hubieses visto aquella semana te avergonzarías de mi poca fortaleza. Fue entonces cuando comencé a preparar todo esto. A escribirte sin tinta esta carta. A asemejar mi vida a una mala película.

Cierro y termino, como decía mi abuelo, y te digo que te quiero, porque para ser una carta de despedida solo te lo he dicho una vez. Siento el estropicio de la casa, siento el momento del funeral, siento el marrón de mi muerte.

Sobrevivirás.

Valeria

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