Mi hermano tiene un trastorno alimentario. Me he enterado hace tan solo unos minutos. A ver, que sí, que eso son cosas de las que te das cuenta. O como mínimo, intuyes. Pero no con mi hermano. No con el chico que vive en la misma casa que tú, pero al que a penas ves.
He llegado a pasar más de tres días sin ver a mi hermano. Cuando pasó eso, hace aproximadamente día y medio, yo ya llevaba dos sin saber nada de él. Y no es algo que te sorprenda, ¿sabes? Es lo normal en mi casa.
Comenzó cuando teníamos 10 y 12 años. Ahora yo tengo 15 y él 17. Ese día llegué del colegio y mi hermano ya estaba en casa (cosa extraña, porque por aquel entonces él ya iba al instituto y salía más tarde que yo). Se había encerrado en su habitación, y mi madre golpeaba la puerta llamándole a gritos. Cuando me acerqué y le pregunté, me dijo que cuando ella había llegado de comprar, mi hermano ya estaba en casa. Había colocado un pestillo en el interior de su cuarto, y se negaba a salir.
Estuvimos allí, llamándolo y esperando a que saliese, hasta que llegó mi padre.
Mi padre lo amenazó con echar la puerta abajo; mi hermano lo amenazó con no volver a salir de su cuarto nunca más; mi padre lo amenazó con castigarle de por vida; mi hermano lo amenazó con dejar los estudios y todo lo demás, y mi padre, que venía cansado de trabajar, le dio una patada a la puerta y le dijo que no saliese y que se podía morir de hambre si por él era. Luego nos gruñó que fuésemos al salón a comer, que tenía hambre y que si el niño no quería salir, a él le daba igual. Nuestras vidas seguirían girando. Mi madre y yo nos miramos en silencio, e hicimos lo que quería.Aquella noche, mi acerqué a la puerta de mi hermano y pegué la oreja, pero no escuché nada dentro. Dos minutos después, mi madre se acercaba con la cena en una bandeja y le hablaba a la puerta de mi hermano. Él no le abrió.
Desde entonces, mi hermano ha hecho vida en su cuarto. Cuatro días después de aquello, salió. Lo primero que nos dijo fue que como a alguno de nosotros se nos ocurriese quitar el pestillo de su cuarto, él compraría otro y no lo volveríamos a ver. Lo dijo tan serio, que mis padres se fueron a la cocina a hablar, y él volvió a su cuarto. Yo me quedé en la sala de estar, con los pies colgando de la silla, y preguntándome en qué momento habíamos llegado a aquello. Un poco más tarde, mis padres entraron en la habitación de mi hermano y no salieron hasta dos horas después. Me encontraron sentada en el pasillo frente a la puerta, con las piernas recogidas y la espalda pegada a la pares, preocupada porque llevaban mucho tiempo dentro. Mis padres me miraron con seriedad, y se fueron a su cuarto.
Después de aquello, mi hermano era una persona que vivía en la misma casa que nosotras. Y nada más. A veces comía con nosotros, pero a veces no. Y casi nunca estaba en otro sitio que no fuese su cuarto, el baño (por la noche) y la cocina o el salón de manera esporádica para comer.
Hace dos días, cuando llegué del ensayo con la banda, mi madre gritaba y mi padre hablaba rápidamente por el teléfono. Corrí a ver lo que pasaba. Llegué en el mejor momento. Mis padres habían llegado de trabajar, un minuto antes que yo, y al pasar por la puerta de mi hermano, la vieron medio abierta. Sorprendidos, se asomaron y se encontraron a mi hermano en la misma posición que yo dos minutos y medio después, encogido sobre sí mismo, desnudo completamente y tirado en el suelo. Mi hermano era una sucesión de huesos y tendones con una pequeña sábana de piel por encima. Mi madre llevaba gritando desde entonces. Mi padre había llamado a una ambulancia, y yo me senté en el mismo sitio que hacía cinco años atrás a pensar que todo aquello se parecía demasiado a la descripción de una chica con anorexia que había leído en un libro. Me dediqué a verle respirar, a contar las costillas del costado y los nudos de la espalda de mi hermano. Seis minutos y medio después, o sea, 10 minutos después de que mis padres hubiesen entrado a casa, la ambulancia llegó y se llevó a mi hermano y a mis padre con ella. Yo me quedé sola, con el recuerdo de mi madre gritando y mi padre diciéndome que me llamarían. Y de nuevo me acordé de aquel libro. Y empecé a temblar, porque no quería que mi hermano fuese aquella chica. A decir verdad, ahora también estoy temblando, porque un trastorno alimentario es algo muy grave.
Hoy he vuelto al pasillo de mi hermano, y me he sentado con las piernas recogidas y el espalda pegada a la pared, para digirir el hecho de que mi hermano sea anoréxico y yo no me haya dado cuenta en años. Me he planteado que quizás sea una mala hermana por no saber nada de él ni de su vida, pero entonces también tendría que culpar a mis padres, y eso no sería justo.
No sé muy bien qué hacer ahora. No sé si tengo que esperar a que mi hermano y mis padres entren por la puerta y hacer como si nada, o si no siquiera vendrán a casa. Sólo sé que hace 11 minutos y 43 segundos, 44, 45 segundos, mi padre me ha llamado al móvil y me ha dicho que mi hermano tien un trastorno alimentario, así, sin anestesia ni nada. Luego yo le he colgado, y ahora estoy mirando la puerta de mi hermano, odiando ese maldito pestillo que lo desencadenó todo, y preguntándome cómo aquel día en vez de hacerme aquella pregunta, no reaccioné.
ESTÁS LEYENDO
Mis pensamientos
RandomMomentos en los que solo un papel y un boli te libran de la cruda realidad. Aquí algún que otro par de palabras salidas de mis pensamientos.