Carta de amor

61 3 0
                                    

Te escribo esta carta de amor porque es muy probable que muera hoy, y que nadie pueda hacer lo contrario para evitarlo.

Te escribo esta carta porque soy enferma terminal, y vivo pegada a un gran cacharro que me mantiene con vida. Aunque poco más durará. Me van a desconectar, como ya habrás adivinado. Y, aunque los últimos meses han sido un gran suplicio, debo confesar que estoy aterrada; a pesar de lo poco que me pertenece ya mi vida.

A penas consigo trazar un par de palabras seguidas, o sostener la pluma sin cansarme. Ya no como sola, me ayudan. Una enfermera muy amable me ducha y me coloca de nuevo vestida en esta cama de la que ya no salgo. ¿Y sabes por qué? Porque estoy muriéndome, y ni respirar puedo sola.

Te escribo esta carta porque antes de irme, antes de que me desconecten y quede sola en la nada que yo pienso, será mi muerte, quería decirte que te quise, mucho y muy fuerte. Y que nunca te lo dije porque siempre fuiste tú el que sabía leer en mis ojos, y te acercabas a mi oído para susurrármelo tú primero.

Nunca me dejaste decírtelo, porque pensabas que si te lo decía dejaría de sentirlo. Y te equivocaste, ¡oh, cuánto lo hiciste! Nunca quise a nadie como te quise a ti, y nunca se lo dije a nadie como lo escribo aquí.

Te quise sin preocupaciones, sin pasado, presente o futuro, porque siempre pensé que cuando estaba contigo nos saltábamos todas las reglas de la física, y vivíamos en un mundo a nuestra manera. Te quise por encima de todo, y de todos. Porque nadie se te podía comparar. Te quise porque llegaste y conquistaste, porque nunca habían sido tan dulce conmigo, porque nunca había tenido una cita. Te quise porque cada día contigo era un día en blanco y negro, días de los antiguos, de los que contar a los nietos.

Te quise porque prometiste estar a mi lado siempre, y cumpliste. Te quise porque me besaste por primera vez como si sólo pudieses vivir de mis besos, te quise porque me lo dijiste.

Te quise porque nunca te importaron mis idas y venidas, los préstamos no devueltos, los días encondiéndome, las bolsas extrañas acumuladas en mi bañera, y mis ojos morados a veces. Te quise porque me querías, y me decías que no importaba, que el dinero estaba para gastarlo (a pesar de que a penas tenías para llegar a fin de mes), porque me ofrecías tu casa como escondite, ignorabas los polvos blancos de las bolsas de plástico, y me limpiabas los cortes.

Te quise porque nunca nadie supo verme como tú lo hiciste y se quedó para verlo. Pero tú sí, tú te quedaste, me besaste y me pediste en matrimonio. Y yo, por miedo, te dije que sí, pero que en unos meses. Luego esos meses se convirtieron en  unos meses, luego en 1 año, luego en 3, y entonces dejaste de repetirlo.

Y, de repente, llegó Miguel. Tú sabías que no era tuyo, pero lo aceptaste, y me cuidaste como si lo fuese. Complacías todos mis antojos de embarazada, y me sujetaste la mano con lágrimas en los ojos y el corazón desgarrado, mientras yo luchaba por darle la vida a Miguel. ¿Recuerdas cómo casi muero? El parto de mi primer hijo me consumió tanto y me dejó tan débil, que me postró en la cama 2 largos meses, y me advirtieron que otro embarazo y otro parto podrían acabar conmigo.

Pero yo hice oídos sordos. Sabía que ese era un riesgo a correr en mi trabajo, y no podía permitirme perderlo ahora que tenía una boca más que alimentar.

Volví a trabajar, y un día me enteré de que estaba embarazada. Lloré, lloré sobre tu hombro porque Miguel tenía apenas un año y medio, lloré porque no era tuyo, lloré porque temía por mi trabajo y por mi vida. Y tú te tragaste el nudo de lágrimas y me abrazaste como nadie nunca me ha abrazado. Y te quise por eso, porque nunca pude darte lo que te merecías.

Y llegó Laura, con un parto tan largo como complicado. ¿Lo recuerdas? Qué duros fueron aquellos tiempos en general y aquellos días en particular.

Con la pequeña Laura creí ver la muerte, pero te acercaste a mi oído, y como la primera vez que me dijiste te quiero, me susurraste que era más fuerte de lo que me dejaban demostrar, y que nuestra hija Laura se merecía que su madre viviese para que pudiese ver lo maravillosa que era. Y me ganó que la llamases nuestra hija, así que de un fuerte empujón, Laura nació.

Quedé inconsciente por espacio de 3 días y medio, y cuando desperté, Miguel estaba sentado en mis pies, y escuchaba atento cómo le leías un cuento, mientras acunabas a la pequeña Laura.

Me puse a llorar, y cuando te quise decir el te quiero más sincero de toda mi vida, me abrazaste y me lo quitaste de la boca.

Te quise por todo eso.

Y ahora, cuando a penas consigo hablar, y que vivo de recuerdos y de la ayuda de una máquina, quiero decirte que te quise, pero que te quiero.

Y que, mi amor, nunca estaré más orgullosa de nada que no fuese de los dos hijos que criamos juntos y de ese matrimonio que te llevó a la tumba sin haber sucedido, pero que nunca hubiese sido tan real como el que tuvimos.


Te quiere, TU MUJER.

Mis pensamientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora