Marina

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Con unos ojos verde esmeralda y unas braguitas de encaje negro. Con aquello me acosté esa noche. Y no es que yo tenga los ojos verdes, más bien marrones; y ni de lejos tengo ropa interior tan glamurosa como aquella. Y es que Marina tenía unos ojos verdes sobre los cuales se podría dibujar; y unas piernas eternas, kilométricas, encogidas bajo el edredón de mi cama. Llevaba una sonrisa puesta y esas malditas braguitas. Nada más. Y yo, cuando terminé de sacarme el sujetador por la manga de mi camiseta de pijama, me metí a su lado en la cama, en silencio, y Marina me miró con sus ojos de gato, dispuesta como parecía a abalanzarse sobre mí. Sin embargo, me rodeó la cadera con su suave pierna y enterró la cabeza en mi pecho, cerrando los ojos. Contuve el aliento, y cuando empezó a besarme el pecho por encima de la camiseta y a subir la mano por mi pierna, comprendí que no volvería a respirar en toda la noche.

De hecho, creo que no he vuelto a respirar desde entonces. De hecho, cada noche, cuando me saco el sujetador por la manga de mi camiseta de pijama y me meto en la cama, contengo la respiración cuando me pasa la pierna por la cadera y me besa suavemente antes de quedarse dormida. De hecho, cada día, cuando me levanta con besos y risas; cuando me despierto antes que ella y la observo dormir, contengo la respiración. De hecho, cada día de mi vida, desde aquella noche, desde que estoy con ella, contengo la respiración y sé que no quiero tener que volver a respirar nunca más.

Mis pensamientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora