- ¿Puedo levantarme? - preguntó Elisa.
- ¿Has acabado?
- Sí.
- Vale.
Se levantó, recogió su plato y, tras dejarlo en la cocina, subió las escaleras de su casa y se encerró en su cuarto. Se tumbó boca arriba y se abrazó a su oso polar. Poco a poco, se fue tapando con el edredón, pese a que era mayo y vivía en Sevilla.
- Tengo el cuerpo cortado. - le había dicho a sus padres con la cara blanca, cuando estos preguntaron al verla con un pijama de invierno y colocando el edredón sobre la fina manta de su cama.
Cuando estuvo tapada hasta el cuello y aferrada a Iceberg, abrió los ojos y miró al techo. Estuvo minutos sin cerrar los ojos, pensando en los sucesos de aquellos días. Pensando en él.
- ¿Por qué me has dejado? - preguntó al oído de Iceberg.
Cuando no obtuvo respuesta alguna de este, Elisa sonrió tristemente y le acarició la cabeza con dulzura.
- Le gustaba mucho que le hiciese esto. Yo me tumbaba en el banco de la entrada y me ponía su cabeza en mi vientre y le acariciaba. Nos pasábamos así horas. Hablando de cualquier cosa. Riendo. Asustándonos. Tonterías. Luego se levantaba de golpe y tiraba de mi mano hasta levantarme, ignorando mis quejas y preguntas. Me llevaba riendo hasta una heladería y me compraba un helado. Yo me quedaba asombrada y le preguntaba. "Me apetecía comparte un helado. Y, si no lo hacía ahora, ¿cuándo entonces?", me respondía tan normal, encogiéndose de hombros, cogido de mi mano, y sonriendo tranquilo.
Cerró los ojos y suspiró. Cuando los volvió a abrir, una lágrima cayó de ellos.
- Después, me volvía a arrastrar hacia el banco y volvía a tumbarse sobre mí, para hablar. Siempre me hacían mucha gracias sus ataques repentinos, eran lo más significativo de él. Y me encantaban. Y no sólo a mí. Sé que muchas de mis amigas, y las no amigas, morían por él. Ja! Irónico, ¿no? Pero yo podía disfrutarlo. Y eso hice. Hasta que decidió que era mucho trabajo seguir sonriéndome. Que no merecía la pena pasear su cuerpo frente a todas las chicas de la calle cogido de mi mano. Que nuestros planes de futuro no eran tan perfectos como yo creía.
De repente, llamaron a su puerta.
- ¿Sí?
- Cielo. - asomó su madre la cabeza. - No te acuestes tarde. Mañana es...
- Sí. El funeral de Adrián, mi novio. - la cortó Elisa. - Sí. Lo sé, mamá. Puedes decirlo tranquila.
La madre la miró sonriente y entró en el cuarto de su hija.
- ¿Estás bien?
- Sí. No. No...
- Te quiero.
- Y yo.
Cuando el padre entró en la habitación algunas horas después, Iceberg había sido reemplazado por Marian.

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Mis pensamientos
RandomMomentos en los que solo un papel y un boli te libran de la cruda realidad. Aquí algún que otro par de palabras salidas de mis pensamientos.