El pianista

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Acariciaba la tecla del piano con eldedo índice como si en lugar de estar tocándolo, estuvieseacariciando las curvas de una bella mujer.

La melodía que salía del antiguopiano conseguía que el estar completamente hipnotizada con lacontinua caricia fuese una tarea mucho más fácil.

De pronto, la melodía cambió deritmo, y dejó de ser suave y tortuosa, para pasar a ser másenérgica y animada. Entonces su perfecto dedo índice me indicó congestos que todo lo que podía hacer era acariciar, ya fuesen lasteclas de un piano, la sedosa piel de un melocotón, el rostro de unbebé, o a mí. Y mis latidos también cayeron hipnotizados antesemejante declaración de intenciones.

Levantó la vista de sus manos sobrelas teclas y, sin dejar de tocar, descargó sobre mí la sonrisa mássensual que en la vida han vuelto a ofrecerme. Y temblé. Empecé aimaginarme su maravilloso dedo sobre mí, acariciándome como alpiano, recorriendo mi silueta y mis sombras.

Y él, conocedor de todo lo que estabaconsiguiendo con tan solo mover un dedo, y ni siquiera sobre mí,cambió de nuevo el ritmo de la melodía, que pasó a ser totalmentesensual y morbosa.

De un modo asombroso, había algomagníficamente erótico en que él estuviese tocando el piano paramí. Sobre todo, si tenía en cuenta su labio inferior capturadoentre sus hermosos dientes, o la exhalación que se escapó de suboca cuando mis piernas no aguantaron más el temblor, y tuve queapoyarme en la pared para evitar caerme.

Entonces la melodía paró, y el juegohipnótico que habíamos mantenido su dedo y yo desapareció en elmomento en el que este detuvo su movimiento. Levanté la cabeza desus manos, y descubrí muda que allí no había nadie, y que el pianohabía desaparecido.

Unas horas después, cuando yo yallevaba demasiado tiempo acurrucada en el suelo, esperando que elpiano y mi pianista personal volviesen, unos señores de blancoentraron en la sala y me llevaron. Hablaban algo de una medicación...


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