Nada

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Lo vi marcharse, y no hice nada. Andaba tranquilamente por la carretera, casi paseaba. No miraba a ningún lado que no fuese el frente, a pesar de la hermosura que había en aquellos árboles que se cernían sobre él, formando su propia cúpula, como cobijándole. Cobijándole de mí, de mi daño y mi destrozo, de mis palabras hirientes.

Lo vi marcharse, y no hice nada. Cómicamente, en mi cabeza todo sucedía como una película muda en blanco y negro. Apenas escuchaba mi propia respiración,  y llegué a pensar que no podía respirar si estaba muerta. Pero los muertos no lloran, ¿no?

Lo vi marcharse, y no hice nada. Desde allí podía escuchar los trozos pisoteados de su corazón roto. O los pocos que le quedaban. Y es que dicen que cuando ya te han roto una vez el corazón, algunos trozos pertenecen a esa persona para siempre. Pero yo debí quedármelos todos. Porque nunca me había parecido tan ensonrdecedor el silencio. Casi doloroso.

Lo vi marcharse, y no hice nada. Y de repente se giró y me miró. Pensé que en ese momento caería fulminada de dolor al suelo. Y es que nunca había visto una mirada tan triste como la que traspasó mi cuerpo aquella tarde. En su cara, ninguna expresión. Pero solo tenías que fijarte bien para comprobar que cada célula de su piel desprendía tristeza y dolor. Y pena. Porque yo le daba pena. Pena por no saber querer, por tener un corazón roto entre los dedos, y otro en mi pecho. Pena porque, cuando su cúpula personal se cerrase y él desapareciese tranquilamente por el final de la carretera, a mí no me quedaría nada más que eso.

Y por eso lo vi marcharse, y no hice nada.

Mis pensamientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora