Capítulo 2.

296 14 0
                                    

Mis ojos pesan. Demasiado. Soy consciente de lo que ocurre a mi alrededor. Oigo a alguien hablando, pero llegar a entender la conversación me supone demasiado esfuerzo. Mi cuerpo se niega a moverse, pesa. Mi mente viaja de un lado a otro, con órdenes incompletas y recuerdos innecesarios.

Y creo que no han pasado más de dos segundos hasta que un recuerdo significativo aparece en mi mente. Mi bebé.

Mis ojos se abren de forma apresurada, de par en par, buscando en un lado y en otro la respuesta a mi importante pregunta: "¿Dónde está mi hijo?"

Alguien me coge los hombros empujándome al colchón. Me mantiene tumbada, quieta. Y al fijarme en su cara, puedo ver que me mira sonriente. Es un hombre mayor, de unos cincuenta y tantos. Lleva una bata, así que doy por hecho que es el doctor. Y es entonces cuando dejo de luchar contra su agarre. Es entonces cuando yo también sonrío.

-¿Adam?-pronuncio en un suspiro.

-¿Quién es Adam? ¿Tú marido? Lo siento, no hemos localizado a nadie, pero si nos dices su número podremos avisarle.

-¡No! No, por favor, no lo hagan. No llamen a nadie. Yo... Yo estoy sola en este país. Yo no tengo a nadie.

-¿Y el padre de la criatura?

Me quedo unos segundos en silencio. Pensando. Hasta que se me enciende la bombilla.

-Murió-pronuncio con pesar-Y justo el día en el que me enteré del embarazo.

He llorado tanto estos últimos años que se me hace fácil recrear de nuevo un par de lágrimas. Haciendo así más creíble mi excusa.

-Lo siento mucho-pronuncia el doctor apenado.

Creo que a él le sabe peor que a mí. Me disgusta haber mentido. Aunque creo que a partir de ahora mi vida se regirá en esta historia.

-Tranquilo-me quito las lágrimas-Tranquilo, lo voy superando.

-Entiendo que sea difícil, señora Evans.

-Pero he de ser fuerte... Por mi hijo-vuelvo mi vista a sus ojos-¿Dónde está mi hijo? ¿Dónde está Adam?

El doctor vuelve a mostrarme una media sonrisa. Me señala a su espalda y entonces lo veo. Está ahí, dormidito, en paz. Yo también sonrío.

-¿Puedo cogerlo?

-¿Te sientes con fuerzas?

-Sí-digo con entusiasmo-Por favor-suplico.

-Está bien-asiente.

Me coloco como puedo en mi cama particular y estiro los brazos hacia él. Hacia mi Adam.

Y le veo. Y le tengo entre mis brazos. Y entonces las lágrimas salen, pero no son de tristeza. Es un sentimiento extraño, hacía mucho que no lo sentía. Es placentero. Es, no lo sé, creo que es... ¿felicidad? No estoy segura.

Mi niño abre los ojos y enseguida dirije su cabeza hacia mi pecho. Mis ojos brillan por la emoción. Y el doctor se ríe.

-Alguien tiene hambre.

Ni siquiera me salen las palabras. Solo puedo sonreír. Y es extraño. Y me tira la piel. Y escondo mi sonrisa, porque ya no recuerdo cómo es.

Con incomodidad el hombre me deja sola. Y mi vista vuelve a mi bebé. Me desato la parte de arriba. Dejo un pecho fuera.

El instinto se apodera de Adam, el cual se acerca con velocidad comenzando un rítmico movimiento que le alimenta, que le sacia. Hasta que vuelve a dormirse.

Mi hijo. Mi niño reposa en mis brazos. Hay paz, hay tranquilidad. Y siento que le quiero. Y siento que mi corazón vuelve a latir.

Mi corazón late por y para él. Vivo por y para él. Y solo él ocupa ahora mi vida. Nada más importa a partir de ahora.

Una enfermera vuelve a entrar y coloca de nuevo al niño en su cuna.

Y siento el vacío cuando le separan de mí. Le siento cerca y lejos al mismo tiempo. Es una sensación que no me gusta. Le quiero entre mis brazos. Necesito protegerle a toda costa. Sé que lo más sensato no es eso, pero temo tanto que le pase algo a la única persona en la tierra que me mantiene viva.

Y mis ojos pesan de nuevo. Demasiado. Y cada vez soy menos consciente de lo que ocurre a mi alrededor. Y cada vez siento que mis pensamientos son más abstractos. Más irreales. Y cuando quiero darme cuenta de nuevo estoy corriendo. De nuevo me encuentro en Londres. Y caigo, caigo durante mucho tiempo. Y quiero llorar, llorar porque dejo solo a mi bebé, porque ahora estará en sus brazos, porque ahora le cuidará y le enseñará y tendrá carta blanca para hacerle daño.

El suelo está cerca. Mi muerte. Su calvario. Y grito, grito porque no puedo soportarlo, porque no quiero que esto ocurra, porque tengo miedo, porque él va estar en peligro a partir de ahora.

Aterrizo. El suelo se junta a mi cuerpo, se adhiere a él. Mis huesos se rompen. Noto un fluído caliente recorrer mi contorno. Y el último rostro que veo antes de cerrar los ojos es el de mi bebé.

Y aun así oigo a alguien llamarme. "¡Mitchell!", "¡Señorita Evans!", "¡Mitchell!"... Y mis ojos se abren de nuevo. Y no estoy en el suelo. Estoy en el hospital. Todo está bien. Mi hijo está bien.

Una enfermera me mira nerviosa, preocupada. Y finjo una sonrisa para que se tranquilice, esa la tengo bien ensayada.

Ella me devuelve la sonrisa y entonces pronuncia las palabras más acertadas:

-¿Quieres a tu hijo más cerca?

-Lo suplico.

Por eso ahora puedo verle mejor. Tan feliz, con tanta paz... Casi se podría decir que se contagia.

-Él está bien. Estoy segura de que en el futuro será un gran hombre. Te hará sentir orgullosa.

-Sé que sí-le miro, sonrío.

Y vuelven a dejarme sola. Y yo miro a mi hijo. Estiro el brazo. Llego a su manita. Y me siento en paz. Y ahora puedo dormir tranquila. Por primera vez en mucho tiempo podré dormir en paz.

Sé que va a ser la primera de muchas noches. Porque ahora él está junto a mí.

Adam es la única razón de mi existencia.

Destinos cruzados.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora