Capítulo 6.

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No sé qué debo ponerme. Solo voy a cenar. Sinceramente, ahora me pondría el pijama, pero no puedo. Hay invitados.

-¿Qué te pondrías tú, Adam?-le devuelvo la mirada.

Mi pequeño me mira fijamente concentrándose en mi rostro. No sé qué busca, parece que estuviera viendo una divinidad. ¿Debe verme tan guapa como yo le veo a él? 

Vuelvo la vista al armario acompañando mi movimiento con un resoplido. ¡Es horrible! ¿En qué momento se me ocurrió invitarle? Encima he perdido muchísimo tiempo preparando un Pappardelle de setas. ¿Quién me mandaría a mí? Y me he quedado con tan solo 20 minutos para prepararme yo. Me he duchado, maquillado levemente y, después, he dedicado 2 minutos a mirarme en el espejo y preguntarme por qué monto tanto espectáculo. Ahora solo me quedan 8 minutos y, la verdad, los estoy perdiendo con la vista fija en el armario.

Al final me vuelvo a poner los pantalones y zapatos que llevaba esta mañana y me cambio tan solo la camisa. La primera que veo entre el jaleo de ropa, prefiero no replanteármelo más. 

El timbre suena en el mismo instante en el que me encuentro cogiendo una chaquetita que tengo para estar por casa. Suele ser por si vienen visitas (inexistentes) y, bueno, es precisamente lo que está pasando ahora, ¿no?

Me voy colocando la chaqueta mientras me acerco a la puerta y una vez lista,  abro.

Ante mí aparece un chico guapísimo vestido con unos tejanos y una camisa azul marino. Sencillamente irresistible. ¡Madre mía! Siento... ¿atracción? Sí, creo que es eso lo que sentimos al ver a un chico tan tremendo en la puerta de casa.

-Hola Michelle-sonríe. ¡Qué sonrisa!-¿Puedo pasar?

-Por favor-le dejo hueco.

Cierro la puerta y me quedo unos segundos apoyada. ¿Cómo pretendo llevar esto a partir de ahora? No tengo ni idea de cómo va, joder. Suspiro.

Me giro hacia él encontrándome con su mirada. Está parado en mitad del salón. Supongo que espera indicaciones. Le sonrío como he ensayado y él corresponde. 

-Ponte cómodo. Yo pondré la mesa.

-No-niega-Deja que te ayude.

-Muy bien.

Me dirijo a la cocina sabiendo que él me sigue. Estoy nerviosa. Las manos me sudan y me tiemblan; siento las piernas tan frágiles que creo poder caer en cualquier momento. Pero no lo aparento. Me mantengo firme.

Coloco platos, vasos y  cubiertos mientras dejo que él se encargue de las servilletas, el agua y el vino. Me encantaría poder acompañarle con eso, de verdad que sí, pero amamantar a mi peque me obliga a conformarme.

Todo listo, lleno los platos mientras él, en el baño, dice estar limpiándose las manos. Pongo un cantidad moderada para él y lo mismo para mí. No sé si él es muy glotón o no, lo que sí sé es que siento que mi estómago se ha cerrado.

Los llantos de mi niño interrumpen mis movimientos. ¿Qué le ocurre? Ya le he alimentado y le he cambiado el pañal. Le tenía listo y preparado, pero... ¿a quién engañaremos? No me ha querido comer nada antes, no era su hora.

Voy corriendo a su habitación y me acerco a su cuna. 

-¿Qué pasa, mi amor? ¿Tienes hambre?

Le cojo en brazos. El movimiento instintivo que me ofrece le delata. Su boquita se acerca a mi pecho buscando la manera de saciar su apetito. ¡Qué glotón! No se parece a su padre para nada... pero sí a su madre de antaño.

Me aparto la camiseta dejándole succionar. Ocupo el tiempo colocándome delante del espejo. Se me ha olvidado hacer algo imprescindible para esta cena. He de comprobar ante el espejo cómo es mi sonrisa. Mi hijo se alimenta mientras yo pienso en James, la sonrisa me sale instantánea y me pregunto por qué. No me concentro en eso, sino en el reflejo que muestro. ¡Vaya! No... No está tan mal. No sé. No es horrible. Creo. No tan horrible como yo pensaba.

Destinos cruzados.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora