Capítulo 3.

266 13 0
                                    

Siento la paz más infinita. Me importa poco lo que las demás madres digan de mí. ¿Qué estoy sola? ¿Qué que rara soy? Pues sí, ¿qué pasa? Orgullosa estoy de lo que tengo y de lo que he conseguido en los últimos tiempos. Además, ¿qué más necesito si ya tengo a mi príncipe entre mis brazos? Si ya me lo puedo llevar a casa y cuidarle tal y como se merece.

Acabo de recoger las pocas cosas que tengo en mi habitación. El camisón y poco más. Cojo a mi niño en brazos. Le doy un beso en la frente. Me gusta este sentimiento que estoy descubriendo, aunque no sepa qué es. Es reconfortante, no sé... Espero poder acostumbrarme a él.

Una de las enfermeras me observa con una sonrisa.Se llama Bridget. Puedo decir que es una de las mejores personas que existen. Ella ha estado a mi lado en las pesadillas, se ha encargado de calmar a mi bebé mientras regulaba mi respiración, ha venido a hacerme compañía cuando ha tenido tiempo libre y, aunque no han sido más que un par de días, siento que realmente ella es buena.

Apenada me dice que me echará de  menos. Y no la comprendo. ¿A mí? ¿Echarme de menos? ¿Por qué? Me dice que soy una buena mujer y que no he de estar asustada. Me dice que si tengo dudas con mi pequeño puedo llamarla y me da su tarjeta. Y yo no sé cómo decirle que no tengo ni pienso tener teléfono... Al menos sé dónde puedo econtrarla.

Me despido de todos y, una vez en la calle, me doy cuenta de que no sé conducir, de que nadie puede venir a buscarme y que mi casa está lejos. Así que no me queda otra que pedir un taxi y desear con todas mis fuerzas que el viaje no me salga muy caro.

La suerte parece sonreírme cuando enseguida aparece uno. Y le llamo. Y se para. Y me subo. Todo es maravilloso. Estoy de camino a mi hogar, con mi bebé en brazos y un sentimiento extrañamente agradable. Me siento extraña, pero sonrío; y lo hago porque creo que nadie va a verme, porque mi Adam lo ocupa todo.

-¿Madre primeriza?-oigo de repente.

No puedo evitar un sobresalto. Pero enseguida me percato, es el taxista quien me habla... ¿Quién sino?

-Sí-respondo-y muy feliz.

-Comprendo. Yo también tengo una hija y ¡vaya! es increíble... Dígame, ¿y el padre? Si no le molesta la pregunta, claro.

-Murió-respondo tajante-el mismo día que descubrí lo de mi embarazo.

-¡Vaya! Que coincidencia, ¿no? Estoy seguro de que él habría querido conocer a su pequeño. Lo hubiera dado todo por poder cuidarlo.

Y me quedo callada. Y no respondo. Y a duras penas no salto del vehículo. Porque no me ha gustado su tono. Porque no me ha agradado lo que ha dicho. Porque si él supiera lo que he vivido no pensaría igual. Y porque temo que esto último haya sido ironía. ¿Y si le conoce? Mejor no dar más pistas.

-Siento si le ha molestado algo de lo que he dicho-vuelve a hablar el hombre, pero no contesto, ya no-De acuerdo-suspira unos segundos después.

Poco minutos después ya estamos frente a mi hogar. Pago y bajo. Y me relajo, porque ahí dentro sentía la mayor presión. Ahora recuerdo por qué nunca voy en taxi; y es que odio esa manía que tienen de entablar una conversación. Me incomodan y me atemorizan. Una no sabe de quién confiar, cualquiera aquí podría ser amigo de Ethan.

Con la cabeza gacha entro en mi portal. Una lágrima se desliza por mi mejilla, pero no me percato hasta que esta cae sobre el rostro de mi bello ángel. Estoy sola, es un hecho y hace mucho que la situación es la misma... Pero no me acostumbro. Y lo peor es que soy yo quien no permite entrar a nadie. Aunque empiezo a pensar que tampoco nadie lucha por quedarse. Pero, ¿quién iba a luchar por llevarse bien con una recién llegada borde? Nada tiene sentido, yo no tiene sentido y mis peticiones mucho menos. Al menos ahora tengo a Adam. Él sí es mi todo. Gracias a él mi absoluta soledad desaparece para siempre. 

Decidida llego a mi piso. Dispuesta a acomodar a mi tesoro en sus aposentos. Dispuesta a organizarme para ofrecerle la mejor estancia en su hogar. Pero algo extraño para mis movimiento. Y es que no recuerdo que el día de mi partida hubiera ninguna mudanza... Tampoco ha pasado tanto tiempo.

Un sofá enorme ocupa toda mi puerta impidiéndome el paso. Además con Adam y la bolsita en brazos se me hace imposible intentar moverlo. Miro a un lado y a otro, pero no hay nadie. Y una vez más me pregunto por qué  a mí. ¿Por qué nadie deja que sienta con plenitud esa sensación extraña que me invade desde que Adam está a mi lado?

Veo que es la puerta de enfrente la que, abierta de par en par, proporciona luz al pasillo. En ese momento doy por hecho que el responsable del bloqueo de mi puerta es el nuevo dueño de tal vivienda. Por lo que veo es un vecino o una vecina que por lo visto va a ser difícil evitar. Con lo fácil que ha sido en estos 7 meses no encontrarme con nadie...

Con un suspiro, que no hace más que mostrarle al mundo el desagrado ante la situación en la que me encuentro, me acerco con sigilo a la puerta. No sé quién es, tampoco me importa, solo quiero que quite el sofá y prometo no volver a molestarle más. De verdad. Solo... solo quiero entrar en casa con mi hijo. Nada más. Seré feliz con eso.

Doy dos toques a la puerta. Mis ojos están llorosos. Como una niña pequeña, lloro al no tener lo deseado. Y me avergüenzo, pero no puedo evitarlo.

Enseguida aparece ante mí un atractivo chico. De pelo moreno y unos brazos que... ¡Dios! Que brazos. Y no es un tío muy musculoso, no es el típico "armario" como yo les llamo, pero precisamente por eso me parece perfecto.

Mis ojos conectan con los suyos y ese azul que refleja su mirada me lleva a un océano del que creo no poder salir, me siento hipnotizada y a duras penas encuentro la manera de explicar qué hago en su puerta.

-¿Eres la vecina de enfrente?

Esa es la pregunta que me saca de mi ensoñación. Y es una voz tan dulce, es un tono tan cariñoso, que no puedo evitar sonrojarme. Y no sé que sucede, pero asiento.

-Siento lo del sofá, ahora cuando mi amigo salga del baño te juro que lo aparto.

Y asiento otra vez. Se me hace imposible nada más. Entonces él mira a mi hijo y una sonrisa aparece en tu rostro. Y no sé qué sucede, pero me molesta.

-¿Es tu hijo?

-Sí-logro decir mientras intento apartarlo de su vista.

Él aumenta su sonrisa y yo no le comprendo.

-Tranquila, no voy a comérmelo-me toca el hombro.

Y me aterroriza. Me aparto. No quiero saber más de él. Pero, ¿dónde voy a irme? Vivo aquí.

-¡Eh! Tranquila-susurra. Su rostro refleja confusión. Él mío le acompaña-No iba a hacerte daño, solo... no sé. ¿Es tan grave tocar un hombro?

Y no recrimina. Más bien parece que su pregunta va bien enserio. Y se ve una pregunta ridícula. Mis ojos están cada vez más cristalinos. Una lágrima más logra deslizarse por mi mejilla.

-No-respondo al fin.

Y su rostro refleja alivio, pero la confusión no desaparece.

-Bien-susurra.

La estancia queda en silencio. ¿Qué coño está haciendo su amigo que no viene? No aguanto ni un segundo más. Como llevo haciendo mucho tiempo atrás... Huyo.

-Escucha, voy a... a ver a mí madre. ¡Sí! Eso mismo. Espero que ese sofá no esté cuando vuelva. Ehm... ¡Adiós!

Me voy escaleras abajo sin escuchar respuesta alguna. Y sé que ahora seré la rara para él. Y sé que, como todos, no querrá volver a acercarse a mí. Pero, ¿no es eso mejor? 

Una vez más, en el mundo solo estamos mi hijo y yo.

Destinos cruzados.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora