Capítulo 1.

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Vivo sumida en un continuo nerviosismo. Cada día me pregunto por qué yo, por qué me ha tocado a mí vivir esto, qué he hecho yo para merecerlo.

No tengo a nadie. Mire donde mire no veo a nadie. Vaya donde vaya no hay nadie. Estoy sola.

Y no entiendo cómo acabé así. Y aun teniendo la respuesta en mis narices, no sé qué me está pasando.

Mi madre murió cuando yo tenía 25 años. Fue a hacer la compra y jamás volvió. Un fatídico accidente le arrebató la vida. Y todo por un imbécil que conducía borracho. Ella no se merecía esto, de verdad que no. Ella, que había superado la muerte de su marido a edad temprana. Ella, que solo veía a su hijo (mi hermano mayor) dos veces al año. Ella, que trabajaba de sol a sol para poder mantenerse a sí misma, para que yo tuviera los mejores estudios. Ella, que a pesar de todo mostraba una sonrisa sincera. Ella, que a pesar de todo mostraba a la gente cuál es el sentido de vivir. Ella, que solo veía lo positivo. No tendría que haber pasado. Ella debería estar viva. Debería haber hecho yo esa compra. Debería haberle dicho que se quedara en casa descansado... pero no lo hice. 

Y jamás me lo perdonaría, porque, aun siendo consciente de su personalidad, sé que Ethan Aldridge tiene razón en esto. La culpa fue mía.

Aun así, no es solo la muerte de mis padres y las desapariciones continuas de mi hermano los que han creado mi soledad. No es solo la indiferencia del resto de mi familia lo que me ha dejado sola... Esta situación la he creado yo solita.

Conocí a mi marido, Ethan Aldridge, en mi estancia en Londres hace ya 10 años. Él estaba en el aeropuerto esperando a su hermana el mismo día en el que yo llegué a la capital inglesa. Yo no sabía nada de la ciudad y él se ofreció a guiarme, a enseñarme. Al final no hizo más que enamorarme. Vivía a unas pocas manzanas de mi hogar y siempre venía a visitarme. Estudiábamos en la misma universidad y siempre me acompañaba. Me mudé más de una vez y él siempre me esperaba, se preocupaba... no se olvidaba de mí. Era tan dulce, tan sexy, tan simpático y honesto, tan amable... O eso parecía. Ya no lo sé. 

Me conquistó, robó mi corazón y no me lo devolvió, consiguió ser mi todo hasta el punto donde sentí que dependía de él. Me concentré en su felicidad, me concentré en mantenerle siempre satisfecho, quise que estuviera orgulloso de mí y pasar cada tiempo posible a su lado. Obvié sus palizas y me creí sus disculpas. Dejé que bajara mi autoestima cada día más. Dejé que me alejara de mis amigos y conocidos. Me metí completamente en su mundo. Me olvidé de mí. Y me olvidé de la definición de felicidad.

Ahora ya entiendo aquello que oí una vez. Los hombres son buenos hasta que se casan, ahí muestran cómo son realmente. Yo pensé que Ethan me había mostrado su personalidad antes... Me equivocaba.

Y aun así no me importaba, el error era mío, yo le elegí. Además, era tan bueno con mi madre. ¿Cómo podía ser tan educado con ella y después a mí despreciarme tanto? Mantuve mi mente en colapso durante muchos años.

Y es que toda acción necesita un desencadenante. ¿Qué provocó mi huida? ¿Qué me hizo huir del país? ¿Qué hizo que me atreviera a dejarle? ¿Qué hizo que evitara mi miedo y diera el gran paso?

Respuesta sencilla... Mi hijo. Y sí, así es, estoy embarazada. Ahora ya estoy de nueve meses, pero huí nada más enterarme hace ya siete meses. Y es que en aquella visita al ginecólogo comprendí que ya no me quedaba nadie ni nada, que no tenía ya familia o amigos a los que proteger con mi presencia ahí, que mi marido era el único que me retenía en Inglaterra y justo a él le temía. No me importaba que me hiciera daño a mí, no me importaba que me pegara cada día, no me importaba saber que estaba con más chicas además que conmigo, me daba igual ese dolor continuo y todo era, simplemente, porque sabía o quería creer que en el fondo, tras todos sus actos había amor. Pero, aun así, algo que no podía consentir era que tratara igual a mi hijo, era que al final él fuera igual que su padre. Eso no podía, solo la idea me asqueaba.

Ni siquiera pasé por casa aquel día. Simplemente cogí un vuelo a Liverpool  y de ahí viajé a Cork, Irlanda. Y es que no pensé mucho más. Siempre le había dicho a mi marido que quería viajar fuera de Reino Unido, siempre le dije que me encantaría viajar a España o América del norte porque es donde tengo familia, por eso mismo pensé que me buscaría ahí antes que en el propio país. Además, era una ciudad tan bonita, tan llena de color. Me parecía un buen ambiente para criar a mi retoño.

Pero es que, aunque tengo trabajo, aunque salgo de vez en cuando a pasear, aunque salgo a hacer la compra, aunque de vez en cuando voy al bar que hay bajo mi casa solo por cambiar de ambiente, aunque parece que río al ver alguna comedia en la televisión... No soy feliz. No sé qué es ser feliz. Vivo con el miedo continuo de que Ethan me encuentre, no quiero que me haga daño, mucho menos a mi hijo. Temo hablar con alguien de forma personal porque temo que conozcan a mi marido (él no dejaba de decirme que tenía amigos por todo el mundo y que jamás podría esconderme) o que sean igual que él. No tengo teléfono, lo dejé en Londres. Lo último que quiero es que consiga localizarme. Me muevo lo justo y necesario. Y mi vida se mantiene por y para él. Mi pequeño Adam James. 

Solo pido que mi hijo sea feliz. Quiero que viva en un ambiente agradable. Quiero que crezca, que sonría y ría, que tenga amigos y se divierta. Quiero, dentro de muchos años, poder mirarle con el orgullo reflejado en mis ojos. Porque será un hombre de provecho. Un hombre bueno que respetara a las mujeres. No será como su padre y nunca, NUNCA sabrá de él.

Y ahora me encuentro con mi fiel compañera, aquella que me acompaña vaya donde vaya, aquella que se aprovecha de mi cansancio... Una pesadilla. Como cada noche mi sueños se asemejan. Me encuentra. 

Pero esta vez es diferente. Sí, me ha encontrado, sí, viene a por mí, pero a pesar de todo yo consigo huir, consigo correr, alejarme de él... Hasta que caigo. Un tropezón que me lleva directa al agua. Y me ahogo y no temo por mí, solo temo las repercusiones a mi hijo. Y mi ansiedad aumenta. Y mi respiración deja de ser regular. Y siento una consciente inconsciencia.

Y despierto.

E intento relajarme. E intento regular mi respiración. Y cierro mis ojos. Y pongo mis manos en mi barriga. Y la acaricio. Y suspiro. Y entonces me doy cuenta.

He roto aguas.

Destinos cruzados.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora