Capítulo 4.

226 9 0
                                    

Mi Adam duerme en su cuna. Le tengo a mi lado para poder así observar su rostro. Pronto despertará recamando alimento. Por el momento, el ambiente está tranquilo, relajado.

Pero, por otro lado, estoy yo, en el salón, intranquila, inquieta, al borde de la histeria. En el fondo, sé, estos momentos son los peores. La tranquilidad, la comodidad; sospecho de ambas.

Siempre he sido una persona soñadora. Mi mente vuela de un lugar a otro, crea, explora... Y esto parece fantástico. Y esto parece virtud. Y dicen que esto puede llevarme lejos. Pero, ¿cómo llevarme lejos algo que crea mi pánico?

Últimamente mi mente solo sabe viajar por un lugar, vivir unos hechos concretos, sufrir por los mismos motivos... En estos momentos de tranquilidad, mi mente se sumerge en un pasaje oscuro. Y, una vez más, temo. Temo porque mi marido podría entrar en cualquier momento. Temo porque mi hijo estaría en peligro. Temo porque...

Suena el timbre.

... podría ser él.

Dudo si responder o no la llamada. Al fin y al cabo, ¿quién vendría a verme? Tengo miedo. Me planteo el no contestar. Pero insisten y una idea viene a mi cabeza. ¿Y si por no contestar, fuerza la puerta y se altera más? A lo mejor si colaboro puedo conseguir que ni se percate del pequeño.

Me levanto despacio del sofá, miro a todas partes, suspiro. Camino a paso lento hacia la puerta, suspiro, dirijo mi mano a la mirilla y escucho.

-Soy James-miro-¡Vamos!-se ríe-Sé que estás ahí-no respondo-¡No voy  a comerte!

De nuevo, suspiro, abro con llave... le veo.

-¿Qué quieres?

-¡Hola James! ¿Qué tal? Yo hecha polvo con el niño. ¿A qué se debe el honor?-lo miro incrédula-Así deberías contestarme.

Suspiro más fuerte.

-¿Qué quieres James?

-A ti.

Intento cerrar la puerta, pero él pone el pie para impedirlo.

-¿Qué?-pregunto con asco.

¿Por qué se ríe?

-¡Es broma! Con la cosa de la mudanza me faltan cosas-sonríe-¿Tienes sal?

-No.

-¿Seguro? Es raro que no tengas ni un poquito.

-¿Si te doy te irás?

-¿Por qué tan simpática?-dice irónico.

-¿Sí o no?

-Veremos-responde con autosuficiencia.

-No te muevas.

-¿No puedo pasar?

-Ni de coña.

Voy corriendo a la cocina y busco como loca la sal. Justo la acabé ayer, pero sé que tengo más.

Mi niño empieza a llorar, me pongo nerviosa. Pero enseguida la encuentro y, con paso acelerado, voy con ella a la puerta. Los llanto han cesado... no hay nadie en la puerta.

La sal cae a suelo. Mis ojos se cristalizan. Quiero y necesito llorar, pero no hay tiempo. ¡Mi hijo! Miro a mi espalda. Mi corazón se relaja. El vecino me mira incrédulo con Adam en brazos. ¡Mi niño en sus brazos! Mi preocupación pasa a ser enfado.

-¿¡Qué coño haces!?

Me acerco de forma apresurada y cojo a mi bebé. Vuelve a dormir, le dejo en su cunita de nuevo. Cuando este se vaya tendré que despertarle yo para darle de comer.

Destinos cruzados.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora