Alyn recobró el conocimiento, sobresaltado, y tosió nieve. Se quedó donde estaba unos segundos, observando el remolino que formaba su aliento: una nube plateada que se desmoronaba al tocar el aire helado.
—Ahí está —dijo una voz medio oculta por el rugido del viento—. Ha caído. Buen disparo.
El sonido hizo que el cuervo que estaba en un árbol cercano levantara el vuelo y provocara una cascada de copos de nieve.
«No lo he conseguido —pensó Alyn —. A pesar de todo, no he escapado...».
Estaba desmoralizado y sin aliento, aunque consiguió reunir las fuerzas suficientes para ponerse en pie. Vio que una fila de carceleros vestidos con sus uniformes negros de apariencia militar avanzaba hacia él desde el otro lado del patio. El pánico lo ayudó a recuperarse, así que se volvió hacia la alambrada y corrió hacia ella a trompicones.
—¡Está huyendo! —gritó alguien—. ¡Cogedlo!
Alyn se abalanzó sobre la valla y se aferró al alambre con dedos temblorosos. «Trepa —se ordenó, tirando de su cuerpo—. Puedes hacerlo, no es tan alta».
El carcelero más cercano levantó su ibis y disparó. El disparo dio en el suelo, detrás de Alyn, y levantó una lluvia de nieve.
El hecho de que sus captores tuvieran acceso a semejante armamento era un misterio. El ibis parecía una porra sencilla, pero era capaz de liberar una devastadora descarga de sonido comprimido. A diferencia de una pistola o un fusil, el ibis no dejaba marcas ni causaba derramamiento de sangre, aunque eso no lo convertía en un arma menos peligrosa, sino que hacía más peligrosos a los que la llevaban. Alyn sospechaba que si los carceleros hubiesen recibido alguna vez una de aquellas descargas, no estarían tan dispuestos a utilizar el ibis a las primeras de cambio.
—¡Prisionero Hart! —gritó uno de los hombres que se acercaban—.
Apártate de la alambrada de inmediato.
Alyn volvió la vista atrás, hacia las cinco figuras, y después miró de nuevo hacia lo alto de la valla. Si conseguía llegar al bosque, tal vez los perdiera. Existía la posibilidad de morir congelado, pero aquello era mejor que regresar a su celda. Cualquier cosa era mejor que regresar a su celda.
Siguió trepando despacio por la alambrada, aunque ya no sentía los dedos.
El aliento se le derramaba de los labios mientras forcejeaba con el alambre. Los pulmones le ardían, y notaba la garganta seca y dolorida.
Otro disparo pasó zumbando junto a él e hizo temblar la alambrada. Oía el continuo avance de los carceleros, sus pisadas sobre los montículos de nieve.
—Apártate de la alambrada — repitió el carcelero, más cerca—. Es la última advertencia.
«Ya casi estoy al otro lado —se decía Alyn—. Un último empujón y ya estoy... Soy libre...».
Justo cuando llegaba a lo alto de la valla, el disparo le dio entre los omóplatos. Alyn abrió la boca, pero solo se le escapó un graznido. Los dedos se soltaron y cayó, la alambrada se alejó poco a poco de él.
Lo último que le pasó por la cabeza no fue tanto una idea como una imagen, la imagen fantasmal de lo que podría haber sido: él corriendo a través de los árboles hacia la libertad. Sin embargo, la imagen desapareció, como todo lo demás.
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Sin Lugar - Jon Robinson
Science FictionEn SIN LUGAR, liberarse es el fin y el principio de una aventura sin tregua. En medio de un bosque denso, se esconde SIN LUGAR, una prisión apartada donde han encerrado a cien adolescentes de todo el país. Todos ellos son criminales, aunque ninguno...