Capitulo 2

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Jes contemplaba la nevada con la mirada perdida a través de las ventanas empañadas de la cafetería que se encontraba en la parte de atrás de la prisión. Era una habitación estrecha de techo bajo, apenas bastaba para contener a la horda compuesta por unos cien uniformes grises.

Jes se pasó los dedos por su melena lisa y pelirroja. En cualquier momento sonaría el timbre para que los que tenían tareas de tarde, ella incluida, se reunieran y salieran al frío mundo exterior.

De repente, una onda expansiva de rumores y murmullos barrió la sala: los carceleros entraban por las puertas dobles llevando a rastras a Alyn, que estaba inconsciente. Jes se levantó de un salto y corrió entre las filas de mesas para llegar hasta la puerta.

—¿Qué le habéis hecho? —preguntó mientras intentaba rodear la procesión de guardias.

—Atrás —le dijo el que estaba más cerca de ella.

—Pero tengo que...

—He dicho que retrocedas — insistió el hombre, apuntándole con el ibis al pecho.

Jes se quedó paralizada. Por la cara del tipo, se dio cuenta de que estaba a punto de pasarse de la raya.

—¡Alyn! —gritó desde donde estaba —. ¿Me oyes? ¿Qué ha pasado? ¿Qué te han...?

—Dejadlo ahí —ordenó el jefe de los carceleros, Martin Adler, mientras señalaba la mesa más cercana con un gesto de su cabeza afeitada—. Quiero que lo vean todos.

Los hombres que cargaban con Alyn lo soltaron en una mesa llena, tirando al suelo un par de vasos de plástico y un cuenco de sopa fría. Los presos se dispersaron rápidamente. Salvo por la leve subida y bajada de su pecho al respirar, Alyn seguía sin moverse.

—Lo capturamos cuando intentaba escapar —explicó Adler, silenciando la cháchara nerviosa de la cafetería. Rodeó despacio la mesa en la que yacía el chico inconsciente—. Después de todo este tiempo, ¡todavía quedan los que no aceptan su culpa! Los que no quieren rehabilitarse, cambiar, crecer. Os hemos dado demasiadas oportunidades. Y esto... —añadió, señalando a Alyn con el ibis— es la gota que colma el vaso. La próxima vez que alguien la fastidie, todos sufriréis las consecuencias. Así que, si a alguno de vuestros compañeros se le ocurre huir, os sugiero que intentéis convencerlo de que no lo haga. ¿Entendido?

Todos asintieron con la cabeza al unísono, aunque en silencio, con la mirada gacha.

Adler se abrió paso entre los otros carceleros para salir de la habitación.

—¡No escaparéis nunca! —gritó sin mirar atrás, escupiendo saliva—. Ahí fuera no hay nada para vosotros. Ya no.

Jes se mordió el labio para intentar reprimir la rabia que se le había concentrado en forma de nudo en la boca del estómago.

La piel de Alyn parecía más amarillenta de lo normal, y el flequillo negro le caía sobre los ojos. Sintiéndose impotente, Jes vio a los guardias llevárselo de vuelta a las celdas.

Julian, un chico de dieciséis años, delgado y de rostro anguloso, se había acercado a ella con sigilo.

—Seguro que estará bien —le dijo, reprimiendo una sonrisa.

Jes le lanzó una mirada tan feroz que sus ojos verdes parecieron volverse casi tan rojos como su pelo.

—No mentían —siguió diciendo

Julian—. Lo vi todo, ha sido un idiota. —Ha sido valiente. Algo que tú no entenderás nunca.

—Un valiente no es más que un idiota con suerte —respondió Julian mientras se alejaba, aunque volvió la vista atrás para añadir—: Supongo que Alyn no la ha tenido.

Sin Lugar - Jon RobinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora